Sudores nocturnos

Isabel Naranjo

 

Cuando Déborah Danowski y Marco Antonio Valentim advertían, pocos días antes de que Jair Bolsonaro asumiera la presidencia de Brasil, que el fascismo era la política oficial del Antropoceno, no pude establecer la relación directa de manera automática. Quizás porque tercamente me empeñaba en la idea de que el fascismo era un fenómeno político situado en la primera mitad del siglo XX dentro de fronteras claramente definidas: un continente europeo devastado por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Esta postura ingenua puede ser explicada por el rechazo a pensar en la sola posibilidad de cristalización de nuevos regímenes fascistas en pleno siglo XXI. Por fortuna, la historia continúa enseñándonos. Al entusiasmo generado por la ampliación del sufragio que llevaron a Marx y Engels a asegurar que el tiempo y los números estaban del lado del socialismo, el filósofo francés George Sorel respondía: «una revolución conseguida en tiempos de decadencia podría considerar un regreso al pasado o incluso la conservación social como su ideal». Lamentablemente no estaba equivocado.

La dificultad para establecer la relación intrínseca entre el colapso climático y el fascismo como política oficial es, también, pasible de ser entendida por la hegemonía de imágenes sumamente dramáticas asociadas al fascismo que en muchos casos impide prestar atención a la urdimbre de la experiencia cotidiana y al beneplácito de la gente común en el triunfo y el funcionamiento de políticas y regímenes de este tipo. No solamente por la decisión plasmada en las urnas, si no por las elecciones simples del día a día. La acumulación de “males menores”, tolerados o deliberadamente ignorados supone resultados calamitosos.

¿Cómo fue posible entonces, vislumbrar la claridad de esta primera exhortación? Incorporándola, haciendo cuerpo el resultado electoral del pasado 19 de noviembre. En los días previos, una sensación de malestar estomacal, de contractura muscular se hizo cada vez más común en las conversaciones con gente cercana. También fueron comunes los relatos de sueños vívidos, con una intensidad inusitada que cobraba una carácter premonitorio. Constatado el triunfo del primer candidato liberal libertario “en la historia de la humanidad” –según sus propias palabras—, las horas de sueño fueron invadidas por la confusión febril. La reacción corporal al peligro inminente, auguraba la irrupción de una fuerza inconsciente y desbordante en sustitución del entendimiento racional. La extensión de las manchas de sudor producto del estado de ansiedad ante la incertidumbre, remedaban los mapas que representan en imágenes la propagación del calor y la humedad de los trópicos a otras latitudes planetarias. Se instalaba un clima.

En un libro titulado provocativamente Mi museo de la cocaína, el antropólogo australiano Michael Taussig además de sugerir que el calor tropical puede actuar como una fuerza que tuerce la percepción del tiempo y el espacio, se pregunta si este mismo calor no puede ser artífice de una nueva consciencia corporal: “a medida que nuestro planeta se calienta y los trópicos se extienden, ¿no es posible que no sólo sea creado un nuevo cuerpo humano sino, también, un nuevo tipo de consciencia corporal en las regiones temperadas y tropicales, una consciencia que reúna el cuerpo con el cosmos?”. El pensamiento tiene lugar en el cuerpo y es moldeado por el calor. Los acontecimientos actuales demandan con urgencia la adaptación, aprender a pensar al calor de los tiempos. El ejercicio propuesto contraría la vieja costumbre de abstraer para después cuantificar las experiencias vividas ¿Qué importancia mantiene el conocimiento certero, la precisión de los grados celsius o fahrenheit cuando la sensación corporal habla un idioma distinto al de la cuantificación?.

Más allá del vocablo que decidamos admitir como el más adecuado para encuadrar la vivencia del presente, el clima y sus vertiginosas alteraciones han definido la forma en que concebimos el paso del tiempo entre el ámbito de experiencia y la expectativa de futuro. En pocas palabras: el tiempo –en términos climáticos— hace la experiencia –en términos cronológicos—. La novedad, sin embargo, radica en la aceleración de los cambios. El consumo exacerbado de energía basado en la quema indiscriminada de combustibles fósiles y los avances tecnológicos vinculados al proceso intensivo de industrialización han sobredimensionado el mundo de tal manera que, son cada vez más cortos los lapsos para acumular experiencia y conocimiento que hacen posible la adaptación a las modificaciones provocadas.

Las temperaturas globales, violenta y velozmente como rezaba el primer Manifiesto Futurista publicado en París en 1909 por el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti, secundado por un grupo de artistas y escritores que integraron las primeras filas del fascismo una década después, se tornan incendiarias y prometen una efectiva unión de la historia natural con la historia política. ¿Acaso el plan de dolarización de la economía argentina, una de las principales propuestas de campaña del candidato electo, no podría considerarse la real tropicalización del país austral? Pérdida de autonomía monetaria frente al comportamiento cada vez más volátil del clima y del mercado. Olas del calor y retracción de los glaciales.

El comportamiento desregulado del mercado como uno de los sueños más persistentes del capitalismo ha tenido decisiva influencia en la interrupción del vínculo entre la consciencia humana y el cosmos, en la medida en que el clima, tal como lo afirmara Walter Benjamin, es una de las manifestaciones más altas y geniales de las fuerzas cósmicas. La respuesta corporal al cambio abrupto del tiempo es una operación que garantiza nuestra supervivencia gracias a su independencia respecto de la consciencia. Nuevamente Taussig recurre a mana, esa palabra polinesia usada por los antropólogos Marcel Mauss y Henri Hubert a principios del siglo XX para referirse a “algo invisible, maravilloso y espiritual que no puede ser experimentado porque absorbe toda experiencia”, para preguntarse si no podría el clima suministrar el modelo para la magia: “esto es lo que creo: que mana expresa un sentido de consciencia corporal magnificada en consciencia cósmica; que esa consciencia corporal es realmente, más parecida a una inconsciencia, o que puede ser llamado la ‘sabiduría’ del cuerpo o el sistema nervioso autonómico autorregulado del cuerpo, que las llamadas sociedades primitivas crearon un magnífico teatro de ritual y magia a partir de la red que conecta esta “sabiduría del cuerpo” con el cosmos en general”. La centralidad de las variaciones climáticas en la catástrofe en curso ¿acaso impondrá una renovada conexión de la consciencia humana con el cosmos? ¿Es esto finalmente la irrupción intempestiva de Gaia?

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