Políticas de la luz

Yani Solís – Santiago Ciordia

 

…así como la electricidad que, viajando a través del rayo desde el cielo hasta el suelo, toma al desamparado que se resguarda de la lluvia bajo un roble para tomar tierra.

CCRU, SUMMA CONTRA DOCTORES, Hiperstición

 

Aceptar lo improbable no solo va dejando de ser descabellado sino que incluso, desde una perspectiva especulativa, se podría considerar como el camino más realista. Después de todo, las cosas no solo podrían ser diferentes de lo que pensamos sobre ellas: necesaria e inevitablemente lo real está atravesado por una diferencia respecto de lo que alcanza nuestra imaginación.

Esto converge con cierta sensación de un mundo definido hegemónicamente por (o en refuerzo positivo con) ciertos imaginarios de futuro: colapso, apocalipsis, incremento exponencial del calor, lluvia tóxica, singularidad trans-humana, anti-humana, destructiva, irracional. Miedo, melancolía, desesperación, parálisis, final del sentido, pesadilla hecha realidad.

La postulación de un colapso “situado en un futuro tan cercano que no es ajeno” (Land), habilita siguiendo a Juan Mattio una crítica: coloca, ideológicamente, en un futuro cercano postcapitalista y postapocaliptico, lo que en realidad caracteriza al capitalismo tal como lo experimentamos: la guerra de todos contra todos, el colapso de lo humano, la pérdida de la historia, la incertidumbre ansiógena. Esas distopías “proponen las relaciones sociales del capitalismo como el interior que nos mantiene a salvo de un exterior hostil y ominoso (…) lo extraño es que ese futuro hiper-violento y sin regulaciones ya está aquí”.

Siguiendo a Land “la virtualidad se opone a la historia, como la invasión a la acumulación”. ¿Y si la invasión en cuestión no es necesariamente zombie, sino la propagación de un devenir deseable? ¿Y si virtualmente disponemos de un montón de información con sentidos que habilitan otro pensamiento? ¿Y si el mejor futuro posible ya existe?Aquí no se trata de creer o no.

Quentin Meillassoux desarrolla la ética factual del militante por la justicia universal, que consiste en usar el poder de la razón para acceder a potencialidades infinitas, a fin de pensar que un Dios por venir es posible. Con esto el filósofo quiere decir que si bien todo en última instancia carece de fundamento (tesis heideggeriana) la potencia ontológica de la contingencia radical habilita la posibilidad de que en un futuro acontezca una causa que justifique el pasado.

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En una línea similar ¿Qué pasaría si alguien se ve llegando a pensar que el propósito precede a la existencia? Explorar esta potencia posee significativamente el carácter de un “quizá”. Citando al propio Meillassoux: “La principal preocupación de la filosofía no es el ser, sino lo que podría ser”. No se trata de restaurar la metafísica colando de algún modo el principio de razón suficiente: es solo una posibilidad habilitada por la naturaleza misma del infinito intotalizable, que también puede no ocurrir. En este sentido, tampoco es una cuestión de “creencia”, sino de investigación especulativa.

La matriz psicológica y filosófica del sujeto occidental contemporáneo, quizá subtendido por una programación humanista sartreana, funciona en las antípodas de la conisderacion de que el propósito pueda anteceder a la existencia. Así, el ser humano piensa que primero existe y después eventualmente tendrá lugar el para qué: desarrollar una habilidad, buscar el placer, ser reconocido, cambiar de género, convertirse en un crítico, en un político, en un filósofo, ser madre, ser padre, ser un paria, ser un jugador de fútbol exitoso, etc. En todos estos casos, el propósito aparece como algo a desarrollar o descubrir por el sujeto dentro de su experiencia.

Sin embargo, la filosofía, la antropología, la sociología suelen ver al sujeto occidental contemporáneo como el resultado de un sistema que produce determinados sujetos. Desde esta perspectiva, el sujeto sí tiene un sentido anterior a su existencia, esto es, el de perpetuar al propio sistema en el que ha surgido. Ahora bien, a este respecto podemos decir que el propósito a partir del cual el capitalismo genera a los sujetos perpetuadores de su existencia no es de la misma naturaleza que el propósito de nuestra hipótesis: en el primer caso, se trata de la recreación y repetición del sistema, mientras que, en el segundo, cada cosa existiría con el propósito de alcanzar la mejor versión de sí y de su entorno. Por mejor versión debe entenderse aquella que incorpora la información eficiente para avanzar (evolucionar), aprendiendo de los errores y sorteando obstáculos.

La afirmación ontológica hipersticional de que el propósito es anterior a la existencia se encuentra presente tanto en la filosofía especulativa de Negarestani, como en la física contemporánea. En cuanto a la ontología de Negarestani, ésta postula la existencia de una realidad más allá de la mente que, en última instancia, coincide con un abismo infundado que lo funda todo. La inteligencia surge sin causa, desde este fondo abismal. Podría afirmarse que, para Negarestani, lo que hay existe sin fundamento, es decir, que lo que es podría no ser, pero una vez que existe, el ser se ve implicado en una inteligencia que evoluciona en el autoconocimiento de sí misma. En cuanto a la física, existen en la actualidad dos teorías científicas que tienen como sustrato ontológico el apriori de que lo que existe, existe dentro de un proceso de evolución, aunque dicho proceso carece de fundamento y por tanto puede no ocurrir. Que lo que hay exista dentro de un proceso evolutivo quiere decir que cualquier cosa que podamos identificar como existente se encuentra dentro de un desarrollo temporal, o bien, de una dialéctica.

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Las dos teorías físicas a las que hacemos referencia son: la Integral de caminos de Richard Feynman y el Desdoblamiento del tiempo de Jean Pierre Garnier Malet.

Según el principio de mínima acción de Fermat, desde el siglo XVII sabemos que la trayectoria real que sigue un rayo de luz entre dos puntos es aquella en la que la luz emplea un tiempo mínimo en recorrerla. Es decir, la luz siempre sabe cuál es el camino más eficaz para llegar de un punto a otro, salvar todos los obstáculos que se le presentan sin perdida de energía y seguir avanzando. A continuación, ofrecemos un ejemplo claro para comprender el principio de mínima acción. Supongamos que un salvavidas se dispone a ir a socorrer a alguien en el mar. Si el salvavidas se comportara como una partícula de luz, sabría antes de entrar al agua hacia dónde tiene que nadar para llegar con mayor rapidez a la persona que intenta salvar. Tiene la información antes de hacer la experiencia.

Tres siglos más tarde, el físico de partículas Feynman se hizo la siguiente pregunta al respecto: ¿cómo es que la luz siempre sabe por dónde avanzar? Su interrogante lo llevó a estudiar el comportamiento de la luz a nivel subatómico. Así, realizó uno de los descubrimientos más importantes en el campo de la física cuántica: la luz recorre todos los caminos. Al encontrarse con un obstáculo (desafío) para continuar en su trayectoria, la luz se pregunta: ¿cuál es el mejor camino para seguir avanzando sin perder energía? Para responderse, la luz se desdobla, es decir, se copia a sí misma en múltiples partículas virtuales que recorrerán, en un tiempo imperceptible (para las partículas reales), TODOS LOS CAMINOS DISPONIBLES. Muchos caminos serán de avance y otros tantos de destrucción. Luego, al final del tiempo asignado para tal ejercicio, cada partícula virtual envía la información de su trayectoria a la partícula real que, fuera del desdoblamiento, integra dicha información en una ecuación exacta (la integral de caminos de Feynman) que le dirá por dónde continuar su siempre perfecta evolución.

En el siglo XXI, el astrofísico Jean Pierre Garnier Malet ha complejizado estas ideas en su teoría del desdoblamiento del tiempo. Para este científico, la capacidad de desdoblarse en el tiempo en busca de respuestas evolutivas no solo la posee la luz, sino cualquier objeto capaz de ser afectado o de afectar la gravedad. Para Garnier, el tiempo es lo que hay entre una pregunta y una respuesta. La pregunta de todo existente, en el fondo, siempre es la misma: cómo avanzar eficazmente; y la respuesta siempre es la trayectoria que implique el principio de mínima acción. Desde esta teoría física, el objeto Tierra, con su carga gravitacional bien definida curvando el espacio–tiempo, también está desdoblado. Es decir, está buscando respuestas evolutivas respecto de cuál es el mejor de sus futuros.

Conforme a este desarrollo ontológico, podemos hacernos las siguientes preguntas: si el desdoblamiento del tiempo es una ley física y el mejor de los futuros de la Tierra ya existe, ¿cómo podemos hacer los humanos para captar esta información? ¿O acaso es tan evidente que no las hemos formulado? Si todo tiene un propósito evolutivo, las múltiples catástrofes que nos toca atravesar ¿pueden ser resignificadas por esta ontología como parte integral y necesaria de un proceso evolutivo de la Tierra? ¿Qué historias podríamos usar para intensificar coincidencias con esta idea?

Las políticas de la Luz son, en principio, una invitación a recorrer la paradójica posibilidad de elegir nuestra ontología: como las partículas subatómicas que observó Feynman postulamos una elección entre dos trayectorias: la destrucción o la efectividad cuántica. Sin mística ni religión, seguir el camino de la luz, finalmente, tendría sentido y ciencia.

 

[El título del ensayo  fue sugerido por Ezequiel Gatto, en ocasión de escuchar la exposición de una versión preliminar de estas ideas, durante el encuentro “Arqueologías Especulativas” llevado a cabo en diciembre de 2023 en la UNSAM]

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