Ensayos

Acá, allá y en todas partes

 

Pedro Sosa

 

I. Hay una frase escrita en la pared

La escena es la siguiente. Una pequeña pieza en el fondo de una casa. Es de noche. Hay alguien que lee. Toma notas. Es Córdoba en el año 1975. O antes. O tal vez 1984. O después. Pero es Córdoba. No es Ciudad de México, ni La Haya, ni Paris, ni Buenos Aires. Ni cualquier otro lugar del mundo. Quizá no importa cuándo (Pasado y presente… y futuro). Pero es Córdoba. Hay una frase escrita en la pared. Como si fuera un grafitti. Un recordatorio. Dice: Todo lo que está allá también está acá. Y lo que no está acá no está en ninguna parte.

Alguien me contó esa historia. Me contó que le contaron esa historia. No sé si llega a ser una historia. En todo caso un fragmento. Una parte de la historia. No sé qué pasa. Sólo hay una frase escrita en la pared del estudio de un filósofo cordobés. No importa quién. Importa esa frase. Importa también dónde: Todo lo que está allá también está acá. Y lo que no está acá no está en ninguna parte.

Desde entonces esa frase es como un mantra. Siempre vuelve. Insiste. Una y otra vez. Invoca algo (ese es el poder de una historia, de contar una historia). ¿Qué quiere decir? ¿Dónde es acá? ¿Dónde es allá? Pero, sobre todo, ¿qué hace esa frase? ¿qué nos hace pensar esa frase? 

Cuando llega a algún lado, la frase se compone con otros pensamientos, se asocia con otras ideas, se engancha con otras historias. 

II. Hay un afuera

Es posible que la frase en cuestión condense una negación del afuera en términos de una crítica de la metafísica. No hay más allá respecto de esta realidad a la que tenemos acceso según nuestros propios términos, nuestras propias estructuras subjetivas. 

A partir de cierto momento, el pensamiento quedó, se dice, confinado a los límites del sujeto. Se frustró la relación entre el pensamiento y lo que es, entre el pensamiento y lo que hay más allá del pensamiento. O mejor dicho, en todo caso, la relación se volvió irreductible. No se pudo ya pensar más allá del lugar desde el cual se piensa: pensar, se dijo, hace entrar a lo pensado en una relación con el sujeto que piensa y esa relación lo modifica. Lo pensado es ya el resultado de esa correlación. De manera que empezó a ser imposible acceder a lo que es, tal como es en sí mismo. En otros términos: no hubo ya un afuera para el pensamiento. 

Ahora bien, si es posible entender el momento actual de la filosofía, o la teoría en general, a partir de un cierto “giro especulativo”, más allá de las divisiones entre diferentes zonas teóricas en su interior, éste se caracteriza por la rehabilitación de un pensamiento del afuera. Reafirmar la posibilidad de pensar el afuera, o mejor, la posibilidad de pensar afuera. Frente a un acá, definido por las diversas determinaciones y mediaciones subjetivas, hay también un afuera, un allá que, como dice Meillassoux, “el pensamiento podría recorrer con el sentimiento justificado de estar en tierra extranjera, de estar, esta vez, plenamente en otra parte”. Su materialismo especulativo es el intento de despejar un camino por el cual el pensamiento pueda salir de sus límites para aventurarse sobre un mundo desconocido pero posible de ser pensado en sus propios términos. Ese afuera, ese allá, se llama en Meillassoux, absoluto. Especular es pensar el absoluto. Pensar afuera: ¿salir de acá? 

III. Hay un afuera acá adentro

Podemos pensar otra cosa: ver en la frase de la pared no tanto la negación de un afuera, como la afirmación de una vastedad inmanente, como si todo el mundo exterior, todo el afuera infinito estuviera concentrado en cada punto del espacio, en cualquier punto de cualquier lugar del mundo. Acá. Todo acá. No la terra incógnita que se extiende más allá de nuestro territorio, sino la expansión intensiva de este lugar único y singular. Esa exterioridad inmanente de la que Eduardo Viveiros de Castro cuenta que hablan los pueblos amerindios. 

Retomando el perspectivismo y el multinaturalismo de las ontologías amerindias, Viveiros de Castro plantea que todo lo que existe, y el mundo como conjunto de todo lo que existe, está fuera de sí. Esto es: toda cosa es a la vez otra. La relación es, efectivamente, constitutiva de todo lo que es. No cifra un dominio subjetivo irrebasable sino que, en cambio, tiene un estatuto objetivo. No hay relativismo subjetivista acá. En todo caso  se trata de un verdadero relativismo, que consiste en afirmar, al decir de Deleuze y Guattari, no la relatividad de lo verdadero sino la verdad de lo relativo. En este sentido, para Viveiros y Danowski “la exterioridad está en todas partes”. Al igual que Meillassoux, se trata de rehabilitar la posibilidad de pensar afuera, pero el afuera, el Gran Afuera, le responden, “empieza por casa”. Hay un afuera acá adentro. Allá es acá. No hay tal separación entre ser y pensar. Pensar es estar afuera.

IV. Hay de todo

“Todo lo que está allá, también está acá. Y lo que no está acá no está en ninguna parte”. La frase nos interpela. Como si llamara a actuar en consecuencia. En este sentido, es la afirmación de una ética, de una forma de vida. La reivindicación de un lugar donde estar. Y de una manera de estar, de habitar el territorio. Acá está lleno de cosas por conocer, por descubrir, por aprender. Contra cierto desprecio tan recurrente como lamentable, nacido de un empirismo tristemente desencantado, se trata de una reafirmación de este lugar del mundo. Se trata de la predisposición a ver, del ejercicio de prestar atención, como dice Vinciane Despret, como condición para efectivamente ver lo que hay: el acá floreciendo más allá de los límites que creíamos que tenía. Este lugar, este, el lugar donde vivimos, estaba lleno de cosas que no veíamos. De posibilidades, pero también, en efecto, de realidades consumadas, posibilidades realizadas que ponen en cuestión una cierta descripción, un cierto discurso del acá, que lo niega y que lo clausura: “acá no, acá está todo mal, vámonos de acá”. Para Despret, se trata de prestar la atención necesaria para “volver notables otras cosas” y así “volver posibles otras historias”. En este sentido, la frase consiste en una descripción ciertamente performativa: en la medida en que la tomemos por verdadera, y actuemos en consecuencia, la frase será, habrá sido, verdadera. Una afirmación del acá no como rechazo de la excursión, sino como forma de mostrarlo y volverlo a la vez el territorio posible de una exploración, de un descubrimiento, de una aventura, y de una apuesta. Este lugar no se agota en el infierno en el que lo están convirtiendo.  

Una duda sin embargo nos asalta: ¿no puede, acaso, esta idea de una visión re-encantadora del mundo ser usada por quienes niegan la catástrofe en curso acá y ahora? ¿No acecha detrás de esta esta idea el peligro de un constructivismo negacionista? Parece que hay que ser tan realistas como sea necesario para poder denunciar los males de la realidad en la que vivimos, pero sólo lo suficiente, para no quedar atrapados en nuestra propia descripción del estado de situación. O, dicho del otro lado, tan performativos como sea necesario para poder postular realidades alternativas, pero solo lo suficiente para no caer en una forma colectiva de ficción demente. 

V. Hay alternativa

Para Mark Fisher, nuestra época se define a partir de la categoría de realismo capitalista: la creencia generalizada, más resignada que entusiasta, de que no hay alternativa al capitalismo. En otros términos: la creencia de que no hay más allá del capitalismo. El diagnóstico implica una relación con el deseo: el capitalismo parece haberlo cooptado completamente, y la aceptación de la que goza radica en el modo en que se monta sobre ese núcleo de la subjetividad. Todo objeto de deseo es transformado en una especie de mercancía, de objeto de consumo. Incluso, podemos decir, todo aquello que a priori puede aparecer como una amenaza exterior. De manera tal que no habría afuera del capitalismo. Podríamos leer en esta clave nuestra frase, como si se volviera macabramente contra nosotros, como si fuera el mismo sistema el que nos dice: todo lo que está allá, está acá. El realismo capitalista se define así por la negación, la absorción, la reducción de su afuera a sus propios términos. En este marco, ¿cómo es posible otra cosa que capitalismo?

Para Fisher, la posibilidad de una alternativa al capitalismo está dada por la capacidad de articular e intensificar un cierto deseo pos-capitalista, posible de reconocer en el seno mismo del capitalismo contemporáneo. La afirmación de un “deseo pos-capitalista” implica articular un discurso y una política de izquierda capaz de disputarle al capitalismo su interpelación del deseo. Esto es: ver en el goce que el capitalismo produce a partir de su relación con el consumo, la tecnología, los modos contemporáneos de socialidad, etc., la postergación de un deseo que no puede contener. El capitalismo de este modo al mismo tiempo que interpelaría la relación entre el deseo y la tecnología, por ejemplo, mantendría, forzadamente, ese deseo dentro de ciertos límites funcionales a la dominación de clase. El verdadero despliegue del deseo, de este modo, supone, para Fisher, exceder los límites capitalistas. En este sentido, la alternativa solo puede surgir a partir de aquello mismo sobre lo que el capitalismo se monta, pero que, llevado hasta sus últimas consecuencias, lo trasciende. “Se trata de moverse, quizá lentamente, pero con un propósito, desde donde nos encontramos, hacia un lugar muy diferente”. Ese más allá es desde acá, y en un sentido, ya está acá mismo.  

VI. Hay futuro

En su ensayo “Políticas de la luz”, Yani Solís y Santiago Cioridia, dicen, retomando a Juan Mattio, que la idea de que el colapso mundial está por venir “coloca, ideológicamente, en un futuro cercano postcapitalista y postapocaliptico, lo que en realidad caracteriza al capitalismo tal como lo experimentamos: la guerra de todos contra todos, el colapso de lo humano, la pérdida de la historia, la incertidumbre ansiógena”: dice Mattio, “ese futuro hiper-violento y sin regulaciones ya está aquí”. En este sentido, proponen la siguiente interrogación: “siguiendo a Land ‘la virtualidad se opone a la historia, como la invasión a la acumulación’. ¿Y si la invasión en cuestión no es necesariamente zombie, sino la propagación de un devenir deseable? ¿Y si virtualmente disponemos de un montón de información con sentidos que habilitan otro pensamiento? ¿Y si el mejor futuro posible ya existe? Aquí no se trata de creer o no”. 

La idea es que el colapso no es algo por venir, ya está acá. El futuro llegó hace rato. Pero entonces lo que está allá en el horizonte no es la destrucción inevitable, porque la destrucción ya está siendo, sino, en cambio, un posible futuro mejor. Si eso que se suele poner en el futuro ya está entre nosotros, entonces el lugar del futuro se despeja y es posible poner otra cosa ahí. Un devenir deseable. Incluso más: ese futuro ya está potencialmente acá, como virtualidad, y en aquellos efectos que su afirmación tiene en el presente. Quizá sobre eso es posible fundar una forma de esperanza. Y la militancia, la práctica política de transformación que se sostiene sobre esa esperanza, no es la de la negación del presente en nombre del futuro, sino la que parte del reconocimiento en el presente de otro final para esta historia. Y lo despliega. Y lo efectúa (reconocimiento permorfativo: descubrir es inventar, inventar es descubrir). Todo lo que está allá, el colapso y la salvación, también están acá.

VII. Hay muchos mundos 

Hirayama, el protagonista de Perfect days, la última película de Win Wenders, es un trabajador que lleva una vida sencilla, austera, despojada de toda frivolidad, sostenida sobre una rutina que realiza cada día delicada y ceremoniosamente: se despierta, se afeita, rocía sus plantas, sale a la calle y mira el cielo, compra un café en la máquina expendedora, sube a su camioneta, va hacia su trabajo escuchando música norteamericana de los ’70s. Siempre el mismo ritual. Sin impostación ni solemnidad, tiene una mirada sensible a la belleza y la novedad de situaciones cotidianas que en general se nos pasan desapercibidas. Podemos decir, con Despret y Anna Tsing, que practica una cierta poética de la atención, un arte de la observación que hace aparecer diferencias que cuentan, que importan, que “hacen la diferencia” sobre la marcha repetitiva de los días. En medio de la hiper-modernidad tecnológica de Tokio, Hirayama parece de otra época: tiene una colección de cassettes y de fotos analógicas que él toma con su propia cámara, y lleva una vida indiferente a la existencia de las redes sociales y las plataformas digitales. En un momento dado, mientras anda en bici con su sobrina, enuncia, sin pretensiones, una verdad ontológica: “este mundo está hecho de muchos mundos”. 

Si es cierto que la construcción de una alternativa al capitalismo depende de acelerarlo más allá de los límites que impone la dominación de clase y que reprimen el deseo sobre el que se monta, no es menos cierto que esta alternativa también depende de la posibilidad de poder alojar, de cuidar, de salvaguardar, de hacer durar y extender, esos múltiples mundos que no forman parte del pasado sino que también están hoy acá.

VIII. Hay amor 

Otra película: Fallen leaves, la última de Kaurismaki. La escena es la siguiente. Es de noche en Helsinki, estamos en un bar, hay dos chicas tocando, gente escuchando en silencio, atentamente. Entre la gente está nuestro protagonista. Un trabajador, pobre, alcohólico, bastante sólo. Lo echan de un trabajo, después del otro, se queda sin casa, vive en la calle. Pero está enamorado. De otra trabajadora. Que también se enamoró de él. A ella también la echaron del supermercado donde trabajaba. Ahora trabaja en una fábrica metalúrgica. Esto no estaba en los planes de nadie. Él no sabe qué hacer. No sabe qué decir. Es torpe. Arruina todo. Pero está enamorado. Y ella de él. Le tiene paciencia. Lo quiere. No se sabe por qué. Una historia de amor va a hacerse lugar en medio de la tristeza de este mundo sostenido sobre la explotación. En el cine de Kaurismaki hay también, en un sentido, un cierto realismo capitalista. Y en el medio, sin embargo, también pasa otra cosa, algo que no se subsume pero que ahí está, irreductible. Mientras tanto, en el bar, el dúo de chicas canta una canción. Entre otras cosas, la letra dice: Nada que me impida irme/ pero soy como un molde de hormigón hasta las rodillas […] Si alguna vez dejo este lugar/ solo lo haré por mi propio bien […] No me iré de casa sin un motivo.

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