Politizar los desbordes de lo humano

Sofía Benencio

Un ensayo reciente de Andrés Abril, publicado en el blog de Otros presentes, lleva por título «El poshumanismo es un transhumanismo». Me interesa discutir este texto. Específicamente, quisiera exponer y repensar ciertas diferencias fundamentales que hacen que el posthumanismo no sea un transhumanismo. En primer lugar, retomo los aportes de la filósofa Francesca Ferrando para dar cuenta de dos modos específicos de diferenciar estos movimientos: el objetivo principal y las raíces filosóficas de cada uno de ellos. En segundo lugar, busco realizar un aporte a partir de un análisis propio de aquello que ya es reconocido para quienes estudian o se interesan por estos temas: la relación de cada uno de estos movimientos con lo posthumano. Desde allí, me interesa poner el foco en sus diferentes modos de relacionarse con las posibilidades.

Comienzo por diferenciar al posthumanismo del transhumanismo, teniendo en cuenta el objetivo principal de cada uno de ellos. Por un lado, el objetivo del transhumanismo es el mejoramiento humano [human enhancement]. A través de diferentes técnicas, tecnologías y/o procesos, en general el transhumanismo se ha constituido a partir de la noción de mejoramiento. Si bien al historizar las ideas de este movimiento, puede afirmarse que no todas ellas estaban ligadas directa y abiertamente a un finalismo, las ideas de progreso y evolución –lineales o no– tienden, en definitiva, a un estatus mejorado de lo humano, de manera indefinida. Cabe destacar que, en lo expuesto, es posible advertir que en el transhumanismo, el antropocentrismo no es merecedor de crítica. Allí, emerge una diferencia radical con el posthumanismo: su objetivo es la deconstrucción de lo humano. Dicha deconstrucción se efectúa con base en un post-humanismo (que entiende a lo humano como múltiple), un post-antropocentrismo (desplazando a lo humano de su centralidad y de su posición excepcional en un esquema jerárquico), y un post-dualismo (que permite pensar más allá de la constitución dualista de identidades). Más allá de esta diferencia marcada por Ferrando, vale aclarar que comparten la noción de lo humano como una noción abierta, pero con diferentes implicancias y efectos.

En segunda instancia, puede establecerse otra diferencia entre los movimientos referidos, a partir del análisis de sus raíces filosóficas. Desde sus inicios, el transhumanismo ha estado fuertemente vinculado a la Ilustración y a sus valores fundamentales, tales como el progreso y la razón (en alianza con la ciencia y la tecnología). Esto no sólo puede localizarse en los orígenes del movimiento, sino que también se encuentra expuesto en la Declaración Transhumanista (1998) de la organización Humanity Plus (H+). Por otro lado, el posthumanismo tiene raíces filosóficas en el postmodernismo. Es desde allí que retoma, por ejemplo, la noción de deconstrucción como estrategia operativa para desarmar aquello que entendemos como humano. Además, Ferrando pone énfasis en el modo en que razón y progreso se vuelven inoperantes o, al menos, discutibles para esta corriente filosófica. Específicamente, la noción de progreso ya no puede darse por sentada a partir de la década del ‘70, y mucho menos la noción de razón, a través de la cual se excluyeron distintos grupos humanos de manera sistemática a lo largo de la historia.

Finalmente, es posible diferenciar a estos movimientos prestando atención a su relación con lo posthumano, y a partir de allí, con las posibilidades. Para el transhumanismo, lo posthumano es aquello a lo que se podría arribar en un futuro siguiendo el camino del mejoramiento humano; más allá de las particularidades que distintas corrientes internas al transhumanismo puedan otorgarle a lo posthumano para caracterizarlo. En cambio, para el posthumanismo, la relación con lo posthumano se formula en vínculo con el pasado, el presente y el futuro. En palabras de Ferrando, para el transhumanismo es posible afirmar que aún no somos posthumanos, mientras que para el posthumanismo sí podemos serlo, ya que se trata de un modo de aproximación a la existencia.

Como dice Abril en su texto, es cierto que lo que vincula a estas zonas de pensamiento es una pregunta por las fuerzas, por las potencias, por el contagio. Sin embargo, las respuestas que se elaboran y las posibilidades con las que se relacionan distan de permitirnos concluir en que el posthumanismo es un transhumanismo. En este sentido, considero que atender e incluso resaltar las diferencias que se generan a partir de la relación que construyen con las posibilidades, por ejemplo, puede ser más potente políticamente que suprimirlas o desdibujarlas en torno a ciertas preguntas formuladas cercanamente.

Si se considera que en el transhumanismo el mejoramiento humano no sucede de una vez y para siempre, sino que se extiende en el tiempo de manera procesual, es posible afirmar que lo posthumano de este movimiento se encuentra en el futuro; es un punto en el futuro. Dicho de otra manera, la posibilidad de lo posthumano en el transhumanismo se encuentra localizada en el futuro. Esto es así más allá de las variantes que puedan caracterizar a lo posthumano al interior del transhumanismo. En efecto, el quehacer de este movimiento respecto de las potencias actuales, termina reduciéndose a esa posibilidad que sólo puede hallarse en el futuro; es decir, se acota aquello que puede hacerse con las potencias en el presente porque hay un punto que alcanzar. En definitiva, la relación que el transhumanismo establece con las potencias, no sólo se ve ceñida a esta posibilidad futura marcadamente ligada a la noción de mejoramiento, sino que además se encuentra sujeta a un vínculo exclusivo con lo tecnológico como medio para dicho mejoramiento.

Por el contrario, considero que la relación con las potencias y las posibilidades se multiplican en el posthumanismo, en varios sentidos. Si este movimiento es un modo de aproximación a la existencia, como dijimos anteriormente, las posibilidades pueden rastrearse en el pasado, construirse en el presente y proyectarse en una imagen de futuro. Esto hace que su relación con las potencias se diversifique. De esta manera, la apertura es doble: no sólo por la manera en la que el movimiento se vincula con las posibilidades, sino también porque las posibilidades mismas contienen la heterogeneidad y la multiplicidad de la existencia; por consiguiente, evitan su reducción a un único vehículo de realización de lo posthumano como puede serlo la dimensión tecnológica en el transhumanismo.

Por supuesto que pueden encontrarse otros tipos de diferenciación entre ambos movimientos, sin embargo, considero que estos tres puntos son fundamentales: el primero y el segundo, por su carácter esquemático e introductorio; el tercero, por carácter político-estratégico. En definitiva, más que matizar, difuminar, disolver las diferencias entre el transhumanismo y el posthumanismo, sólo porque los acerca una pregunta por las potencias y las fuerzas, me interesa dar cuenta de sus diferencias para pensar a partir de allí sus implicancias políticas.

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