Geografía alien

María Gorjón

 

Ruina

Nuestra preocupación por la actual crisis climática se articula en un modo de pensamiento “ecológico” que deriva de nuestro encuentro con el mundo natural una sensación de declive y pérdida. El espanto provocado por estos encuentros ha alimentado la proliferación de diversas prácticas dirigidas a figurar [imagining] e imaginar un sentido “después de lo humano”. Tal como observa Joanna Zylinska, en el terreno del arte, y especialmente en la fotografía, estos eventos han dado paso a un nuevo conjunto de códigos de visualización y prácticas denominadas discursivamente como “lujuria ruinosa” o “porno ruinoso”, a saber, “la (re)presentación de la desaparición del mundo tal como lo conocemos por parte de algunos artistas, y el placentero y doloroso revolcarse de los espectadores en imágenes de descomposición que muestran el mundo como muy pronto será”. Por su parte, Úrsula Heise sugiere que las formas de pensar de las perspectivas ecologistas, así como también otras teorías contemporáneas en general, utilizan un tropo profundamente arraigado en las culturas occidentales, que la autora denomina “retórica del declive”, una narrativa que suele recurrir a los géneros de la elegía y la tragedia para construir relatos en los que el peligro o la desaparición de una especie concreta no sólo funciona como sinécdoque de la idea ecologista más amplia de la naturaleza, sino que también forma parte de las historias que las distintas culturas cuentan sobre su propia modernización.

Este encuentro con lo natural, sin embargo, no nos está impuesto. Podríamos enfocarnos antes en aquello que la destrucción permite que emerja, lo que sobrevive en la ruina. En este sentido, Cal Flyn en su libro Islas del Abandono recorre una serie de zonas que, por distintas razones, han sido abandonadas a su suerte por años o décadas. Sin embargo, lejos de ser un relato sobre la oscuridad o la letanía de estas zonas, son abordadas como sitios de redención o, en sus propios términos, “refugios insulares” para la vida. En ellos se advierte un retorno de la vida silvestre a medida que los humanos se retiran, lo que podríamos llamar un proceso de ruina orgánico. Como señala la autora, parece que “la enorme y creciente extensión de los ecosistemas en estado de recuperación en todo el mundo proporciona una oportunidad sin precedentes para los esfuerzos de restauración ecológica que ayuden a mitigar una sexta extinción masiva”. Al mismo tiempo, estos lugares ponen de manifiesto que no se trata de algo tan simple como “nos vamos y la naturaleza regresa”. Por el contrario, cada uno de estos entornos mantiene las huellas de su pasado, un pasado en el que la historia humana ha impreso su ADN de modo irreversible, o por lo menos durante unos 20.000 años, momento en el que los científicos estipulan que el medio ambiente más radioactivo de la tierra que rodea la central nuclear de Chernóbil volverá a ser habitable.

Lo que aparece en estos textos son diversos modos de abordar la figura de la ruina, siendo ella misma un tropo que designa la fragilidad y la temporalidad de los objetos. Una mirada más sutil permite entender la transformación ontológica que opera en la ruina: el paso del objeto a la cosa. Fernando Domínguez Rubio propone un enfoque en el que objetos y cosas son realidades discrepantes, donde las cosas refieren a los procesos materiales que se despliegan a través del tiempo, mientras que los objetos son las posiciones en que esas cosas están subsumidas con el fin de participar en diferentes marcos de valor y significado. Según esta perspectiva, un objeto designa un momento particular (una posición física o semiótica) en la vida de alguna-cosa. Esta discrepancia resulta en una cierta “implacabilidad de las cosas”, esto es, “el proceso por el cual las cosas, como procesos físicos, crecen dentro y fuera de los objetos, deslizándose fuera de la articulación de su esperada posición de objeto y creando, al hacerlo, una diferencia entre lo que estas cosas son en realidad y el tipo de objetos que se supone que son. Aunque esta discrepancia se despliega en su mayor parte silenciosamente y sin ser notada, sus huellas se ven y se sienten por todas partes”. Este enfoque permite abordar los procesos de disociación de los objetos en su devenir ruina, al mostrar cómo la cosa hace catarsis en la desintegración, en las rupturas y en las grietas. Podríamos pensar esta dimensión cósica no como una realidad consumada sino como el proceso de extrañamiento que opera en el objeto, un cierto ruido o glitch. En su famoso Manifiesto glitch de 2009, la artista holandesa Rosa Menkman afirma que “el glitch es la maravillosa experiencia de una interrupción que aparta a un objeto de su forma y discurso habituales”. Es posible sustraer esta imperfección asociada al terreno digital e importarla hacia lo real para pensar esta grieta o error que hackea la realidad objetivada. La autora prosigue: “no se sabe lo que realmente pasa cuando ocurre un glitch. Para mí el glitch es algo parecido a un vacío de conocimiento: una dimensión extraña”.

 

Zona

La siniestra zona afectada por el desastre alrededor de Chernóbil recibe varios nombres: «zona de alienación»; «zona bosque rojo», ya que sus árboles se habían tornado de un marrón tenue; o simplemente «zona muerta». Al recorrerla, Flyn la caracteriza como un erial radioactivo y un refugio seguro al mismo tiempo: “parece innegable que la vida silvestre ha regresado masivamente a la zona. Nada más cruzar el primer puesto de control, veo tres corzos (completamente inmóviles bajo un emparrado cubierto de nieve, exhalan vapor por los orificios nasales) y siento que el lugar está en vías de expansión y repleto de vida (…) En cualquier caso, resulta difícil calibrar el daño. No vemos los que han nacido muertos, atrofiados, los mutantes que han desaparecido y que han sido comidos antes de que nadie los observara”.

El tropo de la “zona” aparece como un tema persistente en la ciencia ficción. Tal como comenta Amy Ireland, el tropo fue invocado por primera vez por Arkadi y Boris Strugatski en su novela Pícnic extraterrestre de 1972, pero también en la película Stalker (1979) de Andrei Tarkovsky, y El resplandor, de Stephen King (1977), aunque también podemos encontrar invocaciones a la zona más contemporáneas, como la novela de John Harrison Nova swing de 2006, o en la trilogía The southern reach de Jeff VanderMeer de 2014. Lo importante es que todas estas obras especulan sobre la aparición de una perturbación repentina, monumental e inexplicable del espacio-tiempo antropomórfico, que es aquello que “la zona”, “el lugar del suceso” o “área X” designa. Ésta ya no se presenta como un espacio cognitivamente seguro o estable. Por el contario, allí el espacio y el tiempo no funcionan según leyes humanas inteligibles. Estas “zonas alien” son a su vez geotraumáticas y cronotraumáticas.

En su libro sobre lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher comenta que ambos términos designan distintas tonalidades afectivas relacionadas con “modos de percepción” o “modos de ser” propio de estas zonas de tránsito. Mientras que lo raro designa “aquello que no debería estar allí”, lo espeluznante está fundamentalmente ligado a cuestiones de agencia, y se aferra más fácilmente a “paisajes parcialmente vaciados de lo humano, en los que uno se pregunta ¿qué ocurrió para producir estas ruinas, esta desaparición? ¿Qué tipo de agente está actuando aquí?”

Con todo, puede que la característica más perturbadora de la zona sea que estos lugares se hallan expandiéndose: sus tiempos alien no solamente comprimen una nueva lógica del espacio, una nueva lógica del tiempo y de los objetos, sino también una lógica inhumana de reproducción. Flyn describe cómo en los alrededores de Chernobíl todo tipo de vida se vio afectada de modos extraños y espantosos: “los animales preñados sufrieron abortos al disolvérseles dentro los embriones. Caballos que se encontraban a un kilómetro y medio de la planta nuclear murieron por la desintegración de la tiroides. Todo un bosque de pinos se chamuscó con óxido rojo, perdió sus agujas y se derrumbó sin vida. Los gusanos de agua dulce pasaron de ser asexuales a reproducirse sexualmente”.

 

Liminal

Algunas zonas son también espacios liminales. Estos son no-lugares de tránsito producidos por el capitalismo tardío, sitios de transitoriedad no antropológicos, espacios de anonimato lleno de transeúntes que andamos a diario, como aeropuertos, shoppings, hospitales, pero desprovistos de presencia humana. Esa “falta de presencia” o vacío usualmente suscita sensaciones de nostalgia e inquietud. Pero, sobre todo, la gran carga metafísica que conlleva la ausencia en estas zonas evocan la experiencia de lo espeluznante. Esta parece ser la experiencia narrada por Flyn en su visita a Detroit, el otrora corazón de la industria automovilística de Estados Unidos, hoy sumido en un declive terminal a causa del éxodo demográfico: “Detroit es una ciudad encogida dentro de su caparazón, demasiado grande para la gente que vive en ella”. Con una población que se ha reducido a casi dos tercios, en total más de sesenta y dos de los trescientos sesenta kilómetros cuadrados de Detroit están vacíos, un área más grande que Manhattan, comenta la autora. Sin embargo, el tipo de deterioro urbano de Detroit no es del todo un fenómeno físico, sino que es también una síntesis de las formas en las que el abandono afecta la psiquis humana. Este accionar metafísico nos advierte el modo en que nosotros mismos nos vemos atrapados en los ritmos, pulsiones y patrones de fuerzas que no son humanas: “no existe lo interior salvo como asimilación de lo exterior”, escribe Fisher.

Existen otro tipo de espacios liminales relacionados a las nuevas tecnologías, donde internet se presenta como un territorio, como son los backrooms. Estos son habitaciones y pasillos infinitos de estructuras repetitivas y monótonas a los que se accede a través de la rotura de un rincón de nuestra realidad, una acción que se conoce como no-clipping. Al ingresar a los backrooms es poco probable encontrarse con otras personas, pero sí con entidades de diversos tipos, algunas inofensivas y otras hostiles.

Detrás de los backrooms se crearon mitos urbanos que no paran de expandirlos gracias a narraciones hipermedia y hasta su propia wikipedia. Según la leyenda, “si no tiene cuidado y no sale de la realidad en las áreas equivocadas, terminará en backrooms, donde no es más que el hedor de una alfombra vieja y húmeda, la locura del mono-amarillo, el interminable ruido de fondo de las luces fluorescentes al máximo zumbido, y aproximadamente seiscientos millones de millas cuadradas de habitaciones vacías segmentadas al azar en las que quedar atrapado”.

Existen múltiples teorías sobre el origen y la naturaleza de los backrooms. Aquí podríamos aventurar que no se trata de un mundo fuera de nuestra realidad como se suele pensar, sino que constituyen los andamios de la realidad como tal. Ellos hacen posible nuestra realidad. Los backrooms pueden ser otra categoría de cognición (aunque puramente física). En términos kantianos, podrían ser estructuras físicas que mantienen en su lugar nuestro mundo “fenomenal”, y explorarlos no equivale a explorar otro mundo, más bien equivale a explorar los rincones más profundos de nuestro propio mundo, el “otro interior”. Navegarlos es “ver el mundo desde afuera”. Una relación entre un interior y un exterior. Divididos y unidos al mismo tiempo por un umbral que se convierte en objeto de una travesía.

 

Textos

Domínguez Rubio, Fernando. 2016. «Sobre la discrepancia entre objetos y cosas: un enfoque ecológico». Journal of Material Culture 21(1):58-86.

Fisher, Mark. 2018. Lo raro y lo espeluznante. Barcelona: Alpha Decay.

Flyn, Cal. 2023. Islas del abandono. La vida en paisajes posthumanos. 1ed ed. Buenos Aires: Fiordo.

Heise, Úrsula. 2010. «Lost dogs, last birds, and listed species: cultures of extinction». Configurations 18(1-2):49-72.

Ireland, Amy. 2020. «Ritmo alien». Xenomórfica Magazine, 13.

Menkman, Rosa. 2009. «Manifiesto glitch». (http://rosa-menkman.blogspot.com).

Zylinska, Joanna. 2016. Fotografía después del humano. Mímesis.

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