Santiago Ciordia
¡No, no! No necesito huir así
del laberinto de mis miedos
Las supersticiones traen mala suerte – Indio Solari
La dicotomía entre crítica y especulación (próxima de la que existe entre convicción y pragmatismo) muestra hoy la preponderancia indeclinable de uno de sus polos. La polvorienta argumentación sobre las contradicciones teóricas de los libertarios, o la que sustenta la importancia de sostener nuestros derechos, parecen tener poco que ver con lo que incide efectivamente en el curso vertiginoso de los acontecimientos electorales. Teóricos corren detrás de los resultados que casi siempre parecen inesperados, a una velocidad que impide la distancia que la ciencia tradicionalmente reclama para sí a la hora de dar cuenta de los hechos.
En orden a entender mejor la trampa en la que se encuentra aún la teoría propongo recuperar ciertos desarrollos en torno al aceleracionismo. Tomando los términos de Armen Avanessian “toda nueva idea subversiva, toda perspectiva metanoiética nos obliga a asumir una nueva posición en el mundo”. El concepto de “metanoia” etimológicamente alude a una transformación en el punto de vista, en la opinión. En la tradición teológica se ha entendido como “conversión”, “enmienda”, incluso “arrepentimiento”. El modo en que Avanessian y Henning lo trabajan acentúa un tipo de experiencia que conlleva una explicitación de algo que estaba en nuestro pasado de manera oculta o latente, de tal manera que nos parece que vemos algo que no podíamos expresar, pero que ya sabíamos. Por ejemplo, lo que antes nos parecían conceptos vacíos hoy se ven cargados de futuro, mientras lo que hasta hace poco parecía potente resulta más bien agobiante.
La metanoia es contingente, individual, poco frecuente. Se asocia a experiencias únicas, teorías o ficciones muy significativas para un sujeto, o bien pérdidas, traumas, acontecimientos políticos. La montaña rusa de la política ligada al avance de la ultraderecha en Argentina parece dejarnos en una experiencia metanoiética pero de carácter colectivo. Ideas con origen en la cibernética, que eran vistas desde las humanidades como curiosidades teóricas del norte global, hoy nos interpelan sobremanera. La explicación del surgimiento, aumento exponencial e incidencia política de la circulación de memes, por ejemplo, es explicada por Juan Ruocco en términos de retroalimentación positiva: “…la fórmula es que A produce B, que a su vez vuelve a producir más A”. Esto es lo que sucedió con los llamados lolcats (memes graciosos de gatitos con texto) hace ya más de una década en ciertos foros: “Los memes (A) crecen a tal punto que alguien crea un software rudimentario para crear memes más fácilmente (B) y, como resultado, tenemos más y mejores memes, que son mucho más sencillos de compartir”.
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El punto donde se encuentran metanoia y retroalimentación positiva tal vez sea el concepto de hiperstición. Desde sus muchas definiciones (Land, Negarestani, etc.) podemos extraer la idea de “un circuito de retroalimentación positiva que incluye a la cultura como componente”. A diferencia de una creencia falsa (también llamada superstición), la hiperstición funciona según la lógica de la profecía autocumplida.
Donde más visible resulta esta lógica es en la economía capitalista financiera, la que como bien dice Land es “extremadamente sensible” a la hiperstición. La fe juega un rol fundamental: creemos en alguien que anuncia la subida del dólar, corremos a comprar, y en consecuencia provocamos, por aumento de la demanda, lo que se anunció en primer lugar. Este es solo un ejemplo. Otro, fuera de la pura economía: “la cultura como componente” hipersticional constitutivo refiere, por ejemplo, a que los memes son armas políticas. Inmediatamente después del 22 de octubre, circulaba la idea de que se bajaba el candidato libertario. No había realmente indicios claros de esto. Tres o cuatro días después, y en gran parte debido al hype que tuvo esto, una performance desencajada del candidato en una entrevista volvió completamente verosímil aquella idea. Esto no es magia, es “la tecnociencia de las profecías autocumplidas”.
Hipótesis: ya es hora de salir de las humanidades como enclaves de resistencia y asimilar (porque otra cosa no podrá suceder) lo que nos proponen las finanzas, el marketing, la política, como una forma hipersticional de politizar la investigación. El aceleracionismo absoluto (Land) postula que la hiperstición nada tiene que ver con la intención, pues son pautas emergentes procedentes de un futuro de singularidad tecnológica que ya ha desmantelado la humanidad. En su uso de izquierda, en cambio, desde una consideración política se entiende la hiperstición como un dispositivo futurizador.
Desde este punto de vista, el problema es, siguiendo a Avanessian, cierta queja estéril en tanto la teoría se subsume únicamente a la crítica, el relativismo, el filologismo, el escepticismo. Suspender el juicio tal vez ya no es una virtud, si es que a la teoría le toca apostar. La relevancia de los conceptos puede ser medida según “un plusvalor de conocimiento sobre la consistencia efectiva de la realidad contemporánea”, por el cual devienen en “la construcción de canales para promover un cambio en la realidad (económica, filosófica, etc.)”.
Cada vez es más evidente algo que escribía Dante Sabatto en la Revista Urbe apenas después de las PASO: “el problema, hoy, no es solo Milei. Lo que acelera es el sistema (es sistema). Nosotros estamos ahí, siendo acelerados.” Es en este sentido que debemos entender el aceleracionismo. Ser acelerado no es una opción, es un factum. Negarlo es parecido al ejemplo cliché de querer desenchufar o apagar internet. No existe ese camino. Las ideas ancladas sólo en la resistencia (que puede ser útil de un modo parcial, si es que no se pierde de vista la aceleración del conjunto de procesos en que se inscribe) padecen una debilidad para pensar el futuro. Y esto debido a que el futuro parece ser más una producción especulativa que una emergencia pronosticable vía deducciones lógicas o inducciones empíricas.
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Dos cuestiones para cerrar. La primera es la ingenuidad de la idea que parece subyacer a cierto pensamiento de izquierda alguna vez llamado aceleracionista según la cual el camino de liberación de la tecnología del capital conduce inmanente y necesariamente a un pos-capitalismo humanamente venturoso. La segunda es la cuestión ecológica que marca la época del Antropoceno: en algún momento la gran aceleración chocará con el desastre ambiental que ella misma provoca.
Cierto realismo especulativo ajeno al aceleracionismo debe acudir aquí, sin contradicción pragmática. Entendemos que no podemos acceder a nada fuera de la aceleración, pero las cosas no se agotan en nuestro acceso. En esto consiste la idea de subcendencia (Morton), a diferencia de la habitual postura inmanentista de los aceleracionismos. La gran aceleración es un hiper-objeto que subciende sus partes, es decir, que es menos que sus partes, sus partes lo exceden inevitablemente. Esto tiene dos consecuencias: por un lado, como todo hiper-objeto dentro del cual nos encontramos (en este caso, como seres humanos), estamos pegados a él: donde miremos se manifiesta. Esto nos lleva a la postura estratégica desarrollada más arriba. Pero, por otro lado, todo objeto posee una dimensión extraña que no excluye su interrupción (inimaginable) o su transformación en algo radicalmente diferente de lo que pensamos va a suceder. Ese es precisamente el sentido de lo especulativo.
Si buscamos incluir valores que escapan a la lógica del capital en nuestros movimientos especulativos, debemos intentar introducir un elemento de control que producirá futuro mejor que si nos paramos a criticar melancólicamente. El problema no es la melancolía en sentido amplio. Hay una dimensión de la melancolía que señala, como la aceleración, una marca de época, una potencia política. Lo cuestionable es la melancolía (únicamente crítica) autopercibida como un mal, muchas veces entendido como verdad del mundo. Si la melancolía es una verdad del mundo, se puede discutir. Pero el hedonismo negativo ubicuo en el que se basa o al que conduce, es problemático por cuanto cierra la brecha del futuro. Este estado de cosas determina el nihilismo que también suele explicar el avance de las llamadas nuevas derechas. En este sentido la idea es más bien que no hay un mundo como fondo de sentido (Naturaleza) sobre el que se recortan los fenómenos. Pretender esa distancia, encierra el deseo de una lejanía para la teoría, como si ésta no estuviera pegada al mundo: es mantener nuestros sueños intactos, nuestras supersticiones harto socavadas por la evidencia. Siguiendo a Avanessian, el camino consistiría en politizar la teoría dejando que la atraviese la lógica cultural, en vez de resistir a ésta difundiendo teorías políticas del pasado.
Entonces, el futuro no es sino esa dimensión extraña que ignoramos pero sobre la que podemos especular, generando circuitos de retroalimentación positiva y favoreciendo la verificación de ciertos pronósticos por sobre otros. Si entendemos que abrazar el caótico mundo del conocimiento actual no necesariamente lleva a más caos, podremos intentar hypear una iteración de la narrativa clásica según la cual del caos ha surgido el cosmos. Tal vez esto es lo que insistentemente buscamos bajo el nombre de cosmopolítica.