Exhalaciones

(consideraciones para una ecopolítica del aire)

 

Jazmín Acosta

 

Teníamos la experiencia, pero perdimos su sentido;

acercarse al sentido restaura la experiencia.

(T. S. Elliot)

Alors, alors je respire/ Même si la tête/

Ne peut plus y croire.

(Natalia Doco)

1. Ruido de fondo

El 3 de febrero de 2023 en East Palestina, Ohio, un tren de carga con cien vagones de la empresa Norfolk Southern descarriló debido a un desperfecto en el eje de una de las ruedas. 38 vagones volcaron y se incendiaron. 11 de ellos (según algunas fuentes), o 20 (según otras), contenían sustancias químicas que se esparcieron en el aire, el agua y el suelo -entre otras, residuos de benzeno, acrilato de butilo y cloruro de vinilo. Esta última sustancia en particular está asociada con el riesgo de contraer cánceres de distintos tipos para los humanos, y de causar la muerte inmediata o en el corto plazo de otras tantas especies no humanas. La dispersión y quema de esas sustancias liberó en el aire, además, cloruro de hidrógeno y fosgeno, un gas altamente tóxico que causa vómitos, problemas respiratorios y en la visión. Una columna de humo negro se elevó al aire por más de dos días. Algunas fuentes estiman que la nube tóxica se esparció en un radio de poco más de 8 km. El departamento de Recursos Naturales de Ohio aseguró que en ese radio murieron alrededor de 43700 peces (según algunas fuentes), o 3500 (según otras), y aproximadamente 5500 especies más de anfibios y “otras criaturas” [*]. Los pobladores de East Palestina tuvieron que ser evacuados. Mientras ríos y pozos continúan siendo monitoreados para descartar la presencia de contaminantes en el agua, la Agencia de Protección Ambiental de EEUU que intervino en el caso sostiene, hasta el día de hoy, que ese monitoreo del aire, del suelo y del agua debe proseguirse por tiempo indefinido: no por días, no por semanas, no por meses, sino por años.

Los números de vagones conteniendo sustancias químicas, así como los números de individuos muertos y de especies afectadas varían, en efecto, según qué medios sean consultados, o según cuándo consultemos esas fuentes (lo cual no deja de ser significativo). Esta circunstancia, en cualquier caso, nos recuerda sobre el número indefinido de veces que un “incidente desagradable” (ambiental o de otro tipo) no sólo puede estar rodeado de imprecisiones que no nos permiten dimensionar cabalmente sus impactos, sino también del número de veces que “incidentes desagradables” resultan, directamente, tapados por cortinas de humo. Así, mientras la nube tóxica se esparcía silenciosa por los cielos de Ohio, se sucedieron casi veinte días de una serie de informes sobre avistamientos (y derribamientos) de OVNIS en los cielos de Estados Unidos y de Canadá. Entre otras noticias sobre invasiones de espacios aéreos, estuvo en primera plana la del derribamiento de un globo espía chino que, cual blanca pupila de dragón, habría surcado con fines oscuros los cielos norteamericanos. El incidente de Ohio, sus pormenores y sus números, aparecieron en alguna medida como difusos.

Al menos en estas latitudes, dicho incidente llamó la atención de la prensa poco más de veinte días después de ocurrido, cuando en el Municipio de Ituzaingó, provincia de Buenos Aires (Argentina), un camión que transportaba sustancias químicas volcó en la autopista. Muy pocas horas después, más de 50 personas eran atendidas en hospitales de la zona, y 15 tuvieron que ser internadas debido a la inhalación de las emanaciones tóxicas producto del vuelco. También en este caso se produjo una nube tóxica (aparentemente, lo que transportaba el camión era un herbicida sistémico no residual, “Cletodim al 94%”, según señaló Telam). El conductor dijo desconocer qué era lo que transportaba, y el camión carecía de las señalizaciones correspondientes para el transporte de sustancias peligrosas o nocivas. El 24 de febrero el intendente de ese Municipio declaró la emergencia ambiental e inició acciones legales contra la empresa de transportes.

 

2. Temblor del cielo

¿Han intentado alguna vez trazar y retener con exactitud el contorno algodonoso de las nubes del cielo? ¿Cómo precisar las transmutaciones de sus líneas o retener sus fronteras, entregadas como están a las velocidades cambiantes de los vientos? ¿Adónde empieza y adónde termina una nube? ¿Y una “nube de humo”? Si bien es cierto que los incidentes ambientales descritos son de alcance local y que, a escala global, la distribución de los costos ambientales nunca es pareja, hay fenómenos respecto de los cuales no podemos indicar su preciso comienzo, ni sobre los cuales es posible indicar con total certeza su borde o su fin. Hay fenómenos que son difusos. ¿Puedo llamar “mío” a este aire que respiro, del cual me apropio inevitablemente aun cuando otros seres vivos también lo aspiren a mi alrededor? ¿Puedo no respirar? Una pregunta recurrente (traída tal vez de algún sueño), susurra etérea, con voz de viento: “¿qué pasaría si de un instante a otro el oxígeno del planeta comenzara a agotarse?” Así, sin previo aviso. ¿Qué pasaría si, como un globo pinchado al final de una fiesta, el oxígeno terrestre comenzara a menguar, de a poquito, escapándose, disipándose en una exhalación suave y definitiva? La muerte por asfixia de la tierra entera como un lento apocalipsis, como un final en slow motion: animales de todo tipo, incluidos los humanos, tendidos en el suelo, esperando lo inevitable como los oprimidos marcianos de Total Recall, sabiendo que el próximo suspiro podría ser ya el de la muerte. En esta película de Paul Verhoeven (1990), el oxígeno mismo ha devenido una commoditie en manos de las corporaciones. Se ha dicho que el agua es la candidata número uno para ocupar ese puesto en un futuro no muy lejano. ¿Sucederá lo mismo con el aire?

Damos por sentado el aire que mueve las hojas, que en su movimiento acelera o desacelera a los pájaros, que transporta las semillas y que, entre otras cosas, contiene oxígeno, esa transparencia vital que penetra por nuestras fosas nasales y que se desliza, perfecto e involuntario, hacia los pulmones. No podemos imaginar la falta de ese aire que tiembla; o, antes bien: imaginar la posibilidad de su falta sofoca y nos hace temblar. Damos también por sentada la eficacia de la respiración, y nos movemos por el mundo sin pensar que existe a nuestro alrededor todo un pequeño “espacio aéreo” “delimitado”, en algún sentido, por nuestras exhalaciones. O por el sonido de nuestros pasos: un ritmo particular, singular, que el aire esparce bajo la forma de ondas. También por nuestro olor que, al igual que los sonidos, los humanos esparcimos, y que percibimos en un cierto rango y de una cierta manera. Olores y sonidos -materias etéreas- son transportados por el aire -materia etérea- y percibidos de maneras diferentes por las diferentes especies. Cada una compone en el aire, con el aire y con todo lo que lo “rodea”, diferentes mundos dentro de una misma “esfera”.

 

3. Apenas sólo la ilusión de amparo

Desde el punto de vista químico, el aire es una composición de gases que constituye la atmósfera terrestre: nitrógeno (en un 78%), y oxígeno (en 20.95%), más una pequeña proporción de gases como el argón y el dióxido de carbono, y vapor de agua. El equilibrio de estos componentes es estable y es lo que permite la existencia de vida en la tierra en sus diversas formas. Pero si bien el aire es propiedad de todos- “la última propiedad comunal”, escribe Cannetti- sabemos que no todos los seres hacen un mismo “uso” del aire, y que no todos los seres gozan de la posibilidad de respirar “aire puro”. Sería ingenuo o necio suponer que fumigaciones, incendios, quema de materiales tóxicos, incidentes ambientales, la existencia misma de aglomerados urbanos, la creciente producción industrial, no tuvieran efectos de alcance global sobre la atmósfera (como lo atestigua el incremento inusitado de los gases de efecto invernadero, esos que hacemos respirar a miles de seres vivos en todo el planeta). Monóxido de carbono, dióxido de azufre, metano (originados sobre todo por la combustión de carburantes fósiles), óxidos de nitrógeno (capaces de convertirse en lluvia ácida) y material particulado (partículas sólidas y líquidas emitidas directamente al aire como el humo del diesel, el polvo y las partículas generadas por la actividad agrícola, entre otras) son los principales contaminantes del aire. Los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera se han incrementado en un 50% en menos de 200 años a causa de la actividad humana, y un 150% más desde que se inició la Revolución Industrial en 1750. El éter (del latín “aether”, tomado del griego aither, por definición, “aire puro”) habrá sido desde entonces una quimera. Así las cosas, la idea de que es posible retirarse al campo para poder allí respirar “aire más puro” resulta no sólo ingenua, sino cada vez más ilusoria, toda vez que alzamos la vista en busca de árboles para ver cómo en su lugar se extienden sin límite ante nuestros ojos hectáreas y hectáreas de sembradíos. Según estimaciones de la OMS, la contaminación del aire ambiente -tanto en las ciudades como en las zonas rurales de todo el mundo- provocó en 2019 4.2 millones de muertes prematuras. En las zonas rurales, pesticidas y fertilizantes regados desde el cielo afectan pulmones, corazones y médulas. En las ciudades, el smog y las efusiones industriales agravan patologías de base en la población, o las causan. El 99% de la población mundial vive en lugares que no satisfacen los requisitos de lo que la OMS establece sobre la calidad del aire. El único lugar del mundo en donde todavía es posible respirar aire “puro” es el océano austral que rodea a la Antártida. De hecho, el océano es una de las principales fuentes de oxígeno de la Tierra, y sin embargo está cada vez más contaminado: nuestras formas de “componer” con el aire comprometen el bienestar de todas las especies. No sabemos que respiramos, y no sabemos qué respiramos, pero respiramos… Todavía.

La creación de “atmósferas artificiales” (Sloterdijk), como el “aire acondicionado” y los aromatizantes esparcidos en los centros comerciales fabrican la ilusión de “aire puro”: microesferas cerradas y “respirables” en donde dar rienda suelta al consumo, uno de los principales responsables de la generación de residuos y efusiones de todo tipo (industrias del plástico, industria textil, etc). Las posibilidades que la “climatización” ofrece en un mundo que se encamina irreversiblemente hacia niveles peligrosos de calentamiento atmosférico global funciona, de momento, como un pequeño “parche”, para unos pocos, en las sociedades industrializadas. No obstante, esa ilusión de crear una atmósfera “respirable” muchas veces soslaya tanto la desigualdad que existe hoy en el acceso a tales posibilidades (en una cierta escala), como todo aquello que posiblemente perderíamos en la construcción de atmósferas artificiales pensadas a escala planetaria. Dicho de otro modo: no quisiéramos que un proyecto de “terraformación” como el de Bratton terminase materializado bajo la forma de un gheto (des)oxigenado como el de Total Recall. Cúpulas de vidrio y “confort olfativo” artificialmente fabricado… ¿Tal vez sea posible en un futuro, tal vez la “solución” no sea tan mala?  En cualquier caso, no sería deseable tomarse las cosas a la ligera, pues habría que considerar que (parafraseando a Despret) sería un mundo el que se va…

 

4. Enlace químico

“Vamos cayendo, cayendo de nuestro zenit a nuestro nadir, y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo”, escribe Vicente Huidobro. Un mundo comenzó a desaparecer alrededor de 1760. Otro mundo se habría ido, exactamente, el 22 de abril de 1915, cuando en Yprés se enfrentaron el ejército alemán contra el ejército francocanadiense. A las 18 hs. en punto, los soldados alemanes liberaron gas clórico (fosgeno) en el frente, fuera de las trincheras: 1600 botellas de 40 kg., y 4130 botellas de 20 kg. de gas. 150 toneladas de cloro conformaron una nube tóxica de aproximadamente 6 km. de ancho y 900 mts. de profundidad. (Aquí, una vez más, los números de víctimas del gas diferirán según la fuente). Este acontecimiento o escena es señalado por Peter Sloterdijk como el momento exacto en que comenzó el siglo XX.  A diferencia de las nubes y de las nubes de humo, el siglo XX tendría según el filósofo un comienzo bien definido, datable, pero que no obstante no se corresponde con la cronología del calendario (Peter Sloterdijk, Temblores de aire. En las fuentes del terror, 2003). La novedad que introduce el uso de gases es que los ataques ya no van dirigidos específicamente contra el cuerpo del enemigo, sino contra aquello que hace posible su vida, contra su “ambiente”. Así, la “guerra química” representa el paso de la guerra clásica al terrorismo: “[e]l terror…aspira a sustituir las formas clásicas de lucha por atentados dirigidos a los presupuestos vitales medioambientales del enemigo”.  No más lucha “cuerpo a cuerpo”, sino ampliación de la “zona de guerra” al ambiente circundante: ataque contra las condiciones que hacen posible la vida, contra la atmósfera en la que el enemigo vive, contra el aire que respira y que, como bien señala Sloterdijk, no puede dejar de respirar (y este simple hecho convertiría a la víctima en cómplice involuntario de su victimario). El uso masivo de gas clórico en la Primera Guerra Mundial marcaría el inicio del “atmoterrorismo”: a partir de este momento, el terror será primariamente “atmosférico”, operando por asfixia, por intoxicación, por “disgregación” atmosférica. La amenaza que persiste después de los ataques de gas tóxico es que todo pueda estar “latentemente contaminado o intoxicado”. La reconstrucción de la historia de la guerra química señala, entonces, el deslizamiento hacia la idea de “guerra total”. Con el pasaje hacia este modelo “atmoterrorista” nos encontramos frente a un cambio de escala en el que ya no se busca la aniquilación del enemigo, sino la contaminación del todo: surge en la historia, por primera vez, una nueva forma del terror que “hace explícito qué es el medioambiente bajo el sesgo de su vulnerabilidad”. Y con el medioambiente convertido en “campo de batalla”, lo que se coloca en primer plano es, precisamente, la vulnerabilidad de la respiración. Dicho en otras palabras: comenzamos a percibir el aire que nos rodea -que nos rodea el aire- debido a la amenaza inmediata no de su falta, sino ante la evidencia mortífera de su contaminación: el envenenamiento del aire como signo de los tiempos.

A partir de allí, también el “diseño productivo” estará al servicio del “atmoterrorismo”. El desarrollo de compuestos gaseosos cada vez más eficaces para el combate, la invención de máscaras anti-gas, de las cámaras de gas en Estados Unidos y después en los campos de concentración nazis, las bombas atómicas, el gas sarín, (y, posiblemente, los virus): todo aquello que queda comprendido como “el horror moderno”, puede ser entendido como obra de un “saber climatológico negro”, como “la manifestación modernizada de un saber exterminador, especializado teóricamente en temas del medioambiente, en razón de la cual el terrorista comprende a sus víctimas mejor de lo que se comprende a sí mismo” (Sloterdijk, 2003:46).

No podemos elegir respirar o no, y cada vez menos podemos (si es que acaso podemos) elegir el aire que respiramos. Después de la guerra química, después del fosgeno, después del Zyclon B con el que se inundaron las cámaras de Auschwitz, después de Hiroshima y Nagasaki, sí. Ahora, sí: sabemos que respiramos.

*   *

El 3 de febrero de 2023, la aspiración de un conductor de tren que partió desde Madison, Illinois, era llegar, como lo hacía habitualmente, a Pennsylvania. El incidente ocurrido en el trayecto, no obstante, cambiaría la vida de humanos, animales, plantas y suelo de maneras imprevisibles. ¿Cuáles son los efectos -previsibles, imprevisibles- de aquello que (se) mueve (en) el aire?

El transporte de sustancias químicas potencialmente peligrosas para la vida de humanos y no humanos es un problema que aparece como tal después de la Revolución Industrial, y que en cualquier caso se amplifica y complejiza en el siglo XX como consecuencia de la fabricación y uso masivos de materiales sintéticos de todo tipo: desde fertilizantes (como en el caso del incidente en Ituzaingó), hasta productos destinados a la producción de materiales como el plástico (en el caso del tren de Ohio). Se transportan sustancias químicas peligrosas no sólo como residuos sino como materia prima para la fabricación de otros materiales. Hagamos, entonces, un ejercicio de imaginación “a escala”: imaginemos cuántas sustancias potencialmente nocivas están siendo movidas, trasladadas, en este mismo instante, a través del planeta, en cualquier coordenada. Consideremos cuántas personas, en estos momentos, están expuestas a riesgos químicos de toda clase…Tenemos suerte de no ser ya ese otro globo pinchado que estalla, ruidoso, al final de la fiesta, sus pedazos de colores esparcidos por el aire…Sería simplemente imposible vivir en un estado permanente de “temor y temblor” ante la posibilidad de que todo mecanismo de control de transporte y manejo de sustancias nocivas fallase siempre. Por el contrario, existen cada vez más regulaciones sobre aquello que se constituye en un peligro para el ambiente. ¿Pero qué es lo que falla entonces? ¿Qué es lo que zumba insistente, como un ruido de fondo, molestando la comprensión?

Nos percatamos de que existía algo así como “el medioambiente” desde el momento en el que comenzamos a destruirlo. El gaseo con fosgeno y la aniquilación por radiación suponen la rarificación, la contaminación o la destrucción del medio que transporta esas mismas sustancias: el aire. El aire (el medio) es el mensaje: respira y morirás. Respirar nos hace morir: es la paradoja que desvela la contaminación y el envenenamiento del aire en estas escalas.

 

5. Respira…

Hemos trazado aquí dos líneas, como dos figuras etéreas a las que podemos acudir, de momento, para abordar aquello que parece obvio: el aire y su ubicuidad, la respiración y su inevitabilidad. Por una parte, el estado actual de la contaminación atmosférica nos hace olvidar este simple “dato de la experiencia”: nosotros los humanos todavía podemos respirar. Estando todo ser vivo compelido a ello, ¿sabremos hasta cuándo nos estará concedido semejante privilegio? Se da por sentado que respiramos tanto como se da por sentada la contaminación atmosférica. Como fenómeno omnipresente que es, se nos aparece tal vez como “etéreo” o “difuso”. La contaminación se acrecienta como consecuencia de lo que se ha denominado “proceso civilizatorio”, “desarrollo industrial”, etc. La contaminación atmosférica, o el “calentamiento global”, dirá Morton, es un “hiperobjeto”. No queda sino la tarea –política-, de afrontar ese problema de la manera más responsable y eficiente posible. Sino para evitar, al menos para prolongar en el tiempo la asfixia, para salvar mientras tanto lo que pueda ser salvado. Por otro lado, el uso de armas químicas como fenómeno de aparición relativamente reciente en la historia de la humanidad, significa otro salto en la escala, el inicio tal vez de otra etapa del mundo que (además) puede ofrecernos una cifra, un nombre -otra figura- a partir de la cual, con la cual, pensar el siglo XX y el presente (todavía). En ambos casos- la contaminación, la guerra química- nos hallamos frente al fenómeno que Elías Cannetti denomina “el desamparo de la respiración”: “[a] nada se encuentra el hombre tan abierto como al aire” (en Sloterdijk, 2003).

Siguiendo este rastro dejado por Cannetti en su homenaje al escritor Hermann Broch, podríamos afirmar que “la multiplicidad de formas de nuestro mundo se compone en gran medida de nuestros espacios respiratorios”. Estas consideraciones -agrego- bien podrían ser válidas para abordar nuestras interacciones con cualquier forma de vida. Olores, temperaturas, climas, velocidades, sensibilidades olfativas, maneras de nombrar todo esto, (y, aún, de no nombrar), trazan “territorios etéreos”, los entrelazan, los componen y descomponen, los (des)dibujan. Al hilo de las inspiraciones de Broch, ¿sería posible pensar, a partir de aquí, en una suerte de “ecopolítica del aire”? Una en donde las relaciones de “composición atmosférica”, con otros y con el medio –o entre diferentes “habitáculos respiratorios”– sean planteadas de maneras más cuidadosas y consideradas.

 

[*]Fuentes consultadas:

Sobre el incidente de Ohio:

https://cnnespanol.cnn.com/2023/02/16/claves-descarrilamiento-tren-toxico-ohio-trax/

https://www.usatoday.com/story/news/2023/02/09/did-train-wrecks-spill-hazardous-chemicals-near-your-home-look-data/11197948002/

https://www.usatoday.com/story/news/nation/2023/02/08/toxic-gases-ohio-train-derailment-cause-concern/11210587002/

The Telegraph. Consultado el 19/4: https://www.telegraph.co.uk/world-news/2023/02/24/train-carrying-toxic-chemicals-derails-killing-almost-45000/?WT.mc_id=tmgoff_psc_ppc_us_news_performancemax_dsa&gclid=CjwKCAjwov6hBhBsEiwAvrvN6P5wL9Kq03WEE7mMZSnvZLwBAZ_2tX7oa5x_-t09gY5A7nR_37HRgRoC-p8QAvD_BwE

Sobre el incidente de Ituzaingó:

Agencia de noticias TELAM: (consultado el 18/5/23)

https://www.telam.com.ar/notas/202302/620902-camion-ituzaingo-emergencia-ambiental-sanitaria-derrame-toxico-autopista.html.

Organización Mundial de la Salud:

https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/ambient-(outdoor)-air-quality-and-health

https://www.who.int/es/news/item/04-04-2022-billions-of-people-still-breathe-unhealthy-air-new-who-data

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