Isabel Naranjo
I
Durante los meses de aislamiento preventivo y obligatorio por causa de la pandemia SARS-COVID 19, distintas columnas periodísticas e intervenciones en redes sociales hacían eco de la frase atribuida a la antropóloga estadounidense Margaret Mead según la cual, es posible establecer la fecha de inicio de la civilización: un fémur roto que contó con el tiempo suficiente para soldarse. Se trata de una referencia apócrifa por la dificultad que implica desentrañar el texto o la situación en la que Mead pudo haberla dejado asentada. Sin embargo, más allá de que la cita pertenezca o no a quien se le adjudica, es una idea que ha gozado de la atención de diversas figuras de la opinión pública, la política, las artes y que, con cierta ligereza, se ha convertido en eso que otro gran antropólogo ha considerado “bueno para pensar”. En una subversión radical operada por la escritora argentina Sara Gallardo en el cuento titulado En la montaña, este supuesto hito fundacional, acontecimiento primigenio de la civilización humana revela su revés: la perseverancia del cuidado, la espera de la recuperación para llegado el momento, arrojar el cuerpo de quien estuvo bajo su amparo y abandonar la palabra: una raza nueva. La fractura de los huesos nuevamente desencarnando la extrañeza de lo humano, su ser en composición con la materia que también constituye otros cuerpos: el agua, el fosfato, el carbonato de calcio.
II
La incorporación de nuevos espacios geográficos al proceso de producción agroindustrial ha acelerado la marcha hacia el empobrecimiento de vidas humanas, animales, paisajes vegetales y minerales reduciéndolas, en una repetición patronizada a escala global, a desiertos óseos. Huesos de mujeres que dedicadas al ensamblaje manual de piezas en talleres industriales son víctimas predilectas de la violencia patriarcal; huesos de caminantes que recorren largos kilómetros a pie buscando ser empleados en la producción y empaquetado de alimentos ultraprocesados o en mataderos de animales de “segunda clase” en cuyo tratamiento para el consumo también deshuesan; huesos de la “fauna noble” que perece ante el avance de las ciudades sobre el bosque, la selva, la tundra. Huesos expuestos o enterrados que solo revelan las múltiples fracturas de las que está compuesta la Modernidad.
III
En una pieza documental de extraordinaria belleza, el cineasta chileno Patricio Guzmán rastrea el andar incesante de un grupo de mujeres que observan con dedicada atención los granos de arena que recubren el gran desierto de Atacama en la búsqueda de pequeños huesos que devuelvan un poco de los cuerpos de sus familiares desaparecidos por el régimen militar de Augusto Pinochet. En ese mismo desierto, astrónomes otean a través de la lente del telescopio más grande del planeta la inmensidad del cosmos. Constatan, que aquello que sus ojos verifican, no es más que el pasado de estrellas que han dejado de existir transformando al presente en la memoria del pasado, al presente como tiempo de la memoria y al hueso como testimonio indefectible de la conjugación de muchas existencias. Huesos de los cuerpos, memoria del desierto, calcio de las estrellas.
IV
El registro dental escamotea la negación impuesta por la violencia del colonialismo, del terrorismo de Estado y de la voracidad del capital. Resiste al paso de los años albergando el secreto material que nos emparenta con otras existencias. Es lo último que queda de un cuerpo, la carcasa desprovista de carne, el hueso desnudo que rasgó la carne al alimentarse en vida, testigo y perpetrador de la violencia engendrada en el acto de comer antes de ser presa, del mordisco y del vínculo familiar desgarrado por el golpe seco del diente, de la bala, del martillo que rompe el canino que, finalmente, acaba con el lazo familiar, con el autoritarismo de la patria, con la lengua materna que equivoca el sentido de las palabras.
V
La dominación colonial europea en el continente africano experimenta su paroxismo en el eficiente ejercicio de la crueldad por parte de funcionarios belgas en el Congo. Tierra rica en diamantes, recubierta por árboles de cuya savia se obtiene el caucho y poblada por miles de elefantes portadores de dientes de marfil; es el escenario de la esclavización y la muerte de millones de vidas humanas destinadas a agujerear la tierra y sangrar la corteza arbórea. En la tentativa de hacer frente al poder ejercido por Bélgica sobre su territorio, Patrice Lumumba se erige como líder nacionalista en la década de 1950. Pocos meses después de asumir su cargo como Primer Ministro del Congo independiente, Lumumba es asesinado el 17 de enero de 1961 con el beneplácito de agentes gubernamentales de Bélgica y los Estados Unidos. Su cuerpo es desmembrado y sus partes sumergidas en ácido sulfúrico con el propósito de no dejar ningún rastro de su existencia. Sólo resta un diente. Después de años de litigio, el 22 de junio de 2022 el fiscal belga Frederic Van Leeuw entregó a los familiares de Lumumba ese pequeño hueso.