Ecos de tiempos que resisten en una inmensa roca

Alfonsina Santolalla

 

Aparentemente, habitamos un tiempo constituído por la crisis total. Resuenan la imperiosa devastación climática, la brutal desigualdad económico-social, la fulminante catástrofe sanitaria y otras series de aterradores titulares que describen realidades recientes y parecen absolutizar el estado de crisis. Son recurrentes las narrativas que esbozan un presente total en devastación.

La extendida categoría de Antropoceno parece introducir un novedoso régimen de historicidad e implicar la urgencia de generar una política del tiempo que no se limite a la inmediatez exclusivamente humana. Pero vale el recuerdo de que en varias ocasiones históricas, casi siempre asoladas también por diversas crisis, se ha señalado la infructuosidad de la estrategia que totaliza el presente. Se trata de propuestas teóricas y políticas que debieron –y deben– evidenciar el carácter heterogéneo de las formas del tiempo histórico que conviven en una misma época, frente a relatos que universalizan su propia realidad con base en su condición dominante en términos simbólicos y materiales. En este sentido, es válida la sospecha sobre los aceleracionismos que por momentos parecen conducir hacia un pasado de exaltación del sentido lineal y progresivo de la historia, puesto que suponen cierta inevitabilidad del colapso de las contradicciones capitalistas. De fondo aparecen términos propios del acervo marxista –trabajo, capital, sujeto, historia– pero pretendiéndolos nuevamente unívocos, lo cual no sería problemático si no fuera por el hecho de que la materialidad del tiempo y el espacio de enunciación de estos aceleracionismos no es diferente a las de otras proclamaciones sobre la progresividad de la historia hacia un resultado invariablemente único. Desde las postergadas coordenadas periféricas se ha hecho tradición una herencia marxista en otros sentidos, con la atención puesta en la condición diferencial de nuestras realidades.

Y no se trata de coordenadas definidas por la presencia física. Patricio Guzmán ha logrado, desde Francia, hacer de su vínculo pasado, presente y futuro con Chile un manifiesto de política temporal. Del mismo modo en que lo hizo en las dos anteriores entregas de la trilogía documental que elaboró durante la última década, en La cordillera de los sueños (2019) Guzmán conjuga diversas voces y tiempos de una historia que supura como herida abierta, con temporalidades materiales no-humanas. En esta, su última película, hay un claro alejamiento de la mencionada y resonante aceleración del presente: el director narra cómo “el tiempo avanza más despacio en Chile, tal vez gracias a estas grandes rocas” que en sus grietas parecen contener –proteger y a la vez silenciar– testimonios de una pluralidad de pasados, milenarios y recientes. Si volvemos la vista hacia otros conceptos que resuenan en una aparente renovación de ciertas discusiones, vemos que la idea de cosmopolítica también busca escapar de operaciones totalizantes para desconfigurar tanto la centralidad del sujeto como el lugar de objeto que la modernidad le cedió a la naturaleza. El diálogo de Guzmán con la cordillera como espejo de tiempos lejanos, de sismos y temblores terribles como el que comenzó en 1973, puede leerse en clave cosmopolítica como denuncia de la violencia de los absolutos disciplinadores. Poniéndolo en términos temporales, Eduardo Viveiros de Castro habla de cosmopolítica para visibilizar “una multiplicidad [de tiempos e historias] que apunte hacia el futuro” sin renunciar a cierto propósito de universalidad, pero –a la vez– sin privilegiar la trascendencia de ninguna forma de vida sobre las demás.

En un texto de 2008 Dipesh Chakrabarty discute con los supuestos que nos llevan a establecer una conexión directa entre historia, experiencia humana y predominio temporal de la dimensión presente. Señala que hace años están a la vista las pruebas de que la creencia de vivir en un presente perpetuo de libertad nos ha llevado como humanidad, desarrollo capitalista-ilustrado de por medio, a justificar una política eminentemente presentista pero de impacto geológico, que parece ahora limitar –por no decir eliminar– las posibles formas de libertad humana en el futuro. En la película de Guzmán son precisamente los sedimentos geológicos los que muestran huellas de tiempos que conformaron una realidad de extracción privatizada, de exclusión social y perpetración de crímenes sin justicia. Como parte de la –antes mencionada– tradición crítica de la totalización del tiempo histórico, Chakrabarty propone como estrategia partir de los tiempos relegados por el capitalismo y construir una visión unificada de futuro que evidencie la debacle de la humanidad, con miras a unificar –no en la razón al estilo hegeliano sino más bien en un “sentimiento compartido”– a dicha humanidad para que ese destino se vuelva evitable. En otras oportunidades Chakrabarty ha argumentado a favor de la importancia de combinar el análisis de un tiempo homogéneo propio del devastador desarrollo capitalista, con el de un tiempo heterogéneo conformado por los modos de vida subalternos que no logran ser devorados por el disciplinamiento unificador. Podríamos decir que la obra entera de Guzmán es la de recuperar voces postergadas de ayer y hoy para conformar una imagen compleja, una imagen que busca convertirse en un “sentimiento compartido” con capacidad de desmantelar un sentido común hegemónico.

En una escena, Guzmán sugiere que el título La cordillera de los sueños se debe a la combinación de dos tiempos pertenecientes a su propia historia de creación cinematográfica, que él reconoce divididos por el sismo que significó la dictadura: un pasado de juventud en el que había sueños, sueños de una vida más justa e igualitaria para Chile; y un presente que contiene sueños pero más difusos, sueños sobre la magnitud de la cordillera encarnando el misterio que lo rodea con su inmensidad. Tal vez esta película, como declaración de la potencialidad histórica contenida en un conjunto de formaciones geológicas, pueda ser un indicio para combinar esos ecos multitemporales en un sueño único, un sueño futuro de vidas que resisten y expulsan de sus fronteras cordilleranas al violento orden absolutizante.

Cerrar