Antes del sueño de los androides

Ramiro Galarraga

 

Hamacarse en continuos y complementarios desequilibrios del susto.

Federico Falco. Los  llanos.

 

1. Una torre de perforación alcanza los 800 metros de profundidad en el subsuelo. Un satélite gira alrededor de la Tierra cada 90 minutos. Un asteroide ubicado a 370 millones de kilómetros de distancia es 10 veces más valioso que la totalidad de la economía global dada su composición metálica. El mundo no es un cuarto a oscuras, tampoco una caverna, pero hay algo de la expansión humana que se parece al miedo a la oscuridad: un movimiento que pendula entre lo ya descubierto y lo que queda por descubrir. Parece que podríamos andar a tientas por el plantea y sus alrededores, en definitiva nos hemos apropiado del espacio. Un lugar indefinido que somos capaces de medir o adjetivar de diferentes maneras: extenso y corto, pequeño y grande, abierto y cerrado. Sin embargo dudamos si las cosas están donde el recuerdo las depositó porque desconocemos los límites de nuestra propia técnica. Las sombras y los fantasmas que recorren el placard cambiaron de vestimenta, ya no se transforman en payasos exageradamente maquillados o en escalofriantes monstruos devoradores: ahora son los devenires incalculados de nuestras acciones.

Cada elemento es una materia inabarcable pero con límite de extracción. Los minerales, las piedras, el agua. El despliegue es abrumador y supone no solo dejar obsoleta la división naturaleza/cultura, sino también dirigir las preguntas a esa materialidad externa que no depende de la interpretación discursiva para saberla dañada. Si el realismo capitalista se ha vuelto exageradamente hegemónico al punto de no imaginar su final (Fisher), la inseparabilidad de las dimensiones políticas,  ambientales y técnicas se ha vuelto evidente e inescrutable con el propio paso del capital. El descubrimiento como conquista socava el planeta en diferentes dimensiones (regiones subacuáticas, aéreas, terrestres, etc.) y devuelve el terror del agotamiento. En este contexto los dilemas de resolución se agolpan alrededor del tiempo. Distinguir lo irreversible y definir los márgenes de acción.

La búsqueda por encontrar algo afuera, o incluso vivir afuera, conecta entonces la explotación con la salvación. Descubrir como una conquista que trae ganancias pero también permite vivir. Si alguna vez se dijo que la ciencia ficción es el realismo del presente, en parte es por este devenir enrarecido que sirve de exploración para el futuro incierto. Hasta el momento parece ser un aspecto recluido en la lejanía de multimillonarios que inauguran una nueva etapa de la carrera espacial mientras para el resto de los mortales no es más que una noticia pasajera. Antes del sueño de los androides aún está el misterio por lo que sueñan estos capitalistas futuristas: ¿es el progreso humano, la inmortalidad, simplemente medios de sustentación ante la perspectiva de que el planeta se pueda agotar? ¿Y el resto qué soñamos? Si no hay respuestas para este desfasaje entre urgencias, preocupaciones e incidencias, al menos podemos pensar algunas estrategias en torno a la materialidad de este tiempo.

 

2. Algo cambió para siempre. No se trata de una nostalgia atribulada, sino de un futuro que se vuelve presente. Los años del holoceno quedaron atrás por las prácticas y tecnologías humanas: un devorador interno que no puede lidiar con los restos que esparce alrededor. Esta transformación epocal tiene diversos términos y declinaciones nominativas: antropoceno, tecnoceno, capitaloceno. Termina una era de milenios pero el capitalismo sigue.

Lo paradójico es que en una creciente reivindicación por abandonar cierto subjetivismo que conduce a la relativización de los problemas y a la imposibilidad de pensar proyectos políticos capaces de gestionar las derivas del cambio climático y la revolución tecnológica, el giro lingüístico continúa colándose en las distintas formas de nombrar el tiempo al cual nos enfrentamos. No sólo es una cuestión de énfasis teórico: persistimos en la creación de mapas porque no existe un mapa que abarque la totalidad de la materialidad.

En el terreno de las lecturas conocidas, la contraposición entre materia y lenguaje se puede componer de ejemplos en torno a la relación entre punto de vista y objeto. De un lado, esquimales que poseen diversas palabras para nombrar lo que nosotrxs solo distinguimos como nieve, o la descarga del cielo que una cultura comprende como un rayo y otra como un designio divino. Del otro, la ancestralidad y la extinción solar como posibilidad de dar cuenta de acontecimientos anteriores y posteriores a la vida que existen por fuera del pensamiento.

Pese a todo, más allá de los círculos académicos, cabría preguntarse por la hegemonía del giro lingüístico. Es cierto que la preponderancia por la interpretación y la relativización de la opinión  permea la vida cotidiana. Incluso el lenguaje inclusivo hubiera sido impensado tiempo atrás. Pero no menos cierto es que la noción de un mundo que existe por fuera del pensamiento es una postura de sentido común instalada, la cual requiere menor grado de argumentación en relación a un postulado como “el lenguaje construye realidad”.

Quizás lo material, en su afectación y transformación, es en sí mismo relativo. Existen diferentes capas que podemos segmentar al infinito, con escalas de mayor o menor magnitud. El celular, los cables y circuitos de los cuales está hecho, el cobre, las plataformas que contiene, y todas las actividades que caben en él. De por sí la tecnología integra diferentes relaciones con lo no humano y el cosmos en general. En efecto, la cultura tecnológica no ocurre simplemente en el tiempo, también fabrica tiempo. La historia remite a los tiempos en los cuales las máquinas están insertas y que ellas imponen sobre el mundo humano, y a su vez, remite a los millones de años de las rocas, los minerales y las duraciones atmosféricas que actualmente son objeto de explotación práctica como recursos (Parikka). Este tipo de imbricación también se puede ver en la  consideración del planeta como exterioridad totalizable que tiene una imagen específica dada por el satélite. Esto es lo que para Yuk Hui sintetiza un tipo de relación entre ambiente y máquinas que conduce al fin de la conceptualización de la naturaleza y da comienzo a la ecología.

Si actualmente comenzamos a estar precavidos sobre los peligros que implica creer que el punto de vista crea el objeto, evitando caer en interpretativismos falaces e ineficaces, conviene no perder de vista que los alcances del desfasaje contemporáneo respecto a tecnología y ambiente requiere establecer las conexiones entre la política humana y todo aquello que la supera. La urgencia de pensar estas relaciones (también los procesos típicamente abordados por las ciencias sociales como el neoliberalismo, el Estado, las nuevas derechas) permanece vigente bajo otros posibles enclaves que marquen la incidencia de las preguntas materiales que ya no escapan a los ojos: extinción, salvación, tecnología, ecología, inteligencia artificial.

3. Hay un diagnóstico de época medianamente compartido: la aceleración. Las transformaciones y obsolescencias rápidas, el agobio sistemático, la actualización informativa, las nuevas plataformas. Envejece lo que toca y exige una lucha constante para seguir en carrera. Pensada como régimen temporal y lógica social, pese a su omnipresencia, continúa despolitizada y desarticulada en términos éticos (Rosa).

Si la diferencia entre tiempo subjetivo y tiempo objetivo siempre fue un misterio, la aceleración es un registro que todo lo une porque todo lo invade. Del aburrimiento más lento que imperiosamente deriva en estrés por la falta de productividad, a la adrenalina vertiginosa de la virtualidad. De los algoritmos a los incendios. La aceleración se convierte en una  imagen de aquello que es construido, arrasado, vuelto ceniza y esparcido en el aire en el medio de la imprudencia, el descuido y la desesperación. Hasta producimos más de lo que podemos imaginar y tolerar: los aparatos van por delante de las representaciones que les podemos asignar. En estos términos, que el futuro devenga aceleradamente presente significa que la realidad sobrepasó la capacidad de procesamiento que tenemos de ella.

En una dimensión de mayor escala, enfoques contrapuestos comparten en destacar la preponderancia de la aceleración como dinámica que atraviesa la realidad planetaria. En este escenario, el enfoque de Viveiros de Castro y Danowski enfatiza que la aceleración del tiempo – y la correlativa comprensión del espacio – vista usualmente como una condición existencial y psicocultural de la época contemporánea, acabó por pasar de la historia social a la historia biogeofísica . Esto supone abordar la velocidad con la cual nuestra especie ha pasado de ser un agente biológico a una fuerza geológica. Del otro lado, la perspectiva aceleracionista se preocupa por abordar la velocidad existente en la relación entre técnica y capitalismo, bajo un intento por abandonar la noción de manipulación instrumental. En este registro aparecen propuestas divergentes, pasando por los sueños inhumanistas de Land que perseguían la inteligencia maquínica, hasta la vertiente de izquierda comprometida con la creación de un mundo postcapitalista a partir de un tratamiento inmanente con las propias creaciones capitalistas.

En un contexto de perplejidad, dado precisamente por este salto de escala, la distinción en disputa requiere entonces puntualizar la crisis en relación a la aceleración y todo lo comprendido por el complejo naturocultura. Para quienes el colapso ya llegó es necesario establecer una ecología de la desaceleración que pueda pensar en las implicancias ontológicas más allá de lo humano. El mundo se está modificando más deprisa que las superestructuras técnicas y políticas de la civilización dominante, por lo que es necesario establecer un freno ambiental que permita reajustar la vida planetaria para tener futuro (Viveiros de Castro y Danowski).  Si la crisis, por el contrario, es una certeza que aún no aconteció, existe la posibilidad de una economía de la aceleración que gestione nuevas soluciones técnicas capaces de evitar la tragedia. En este escenario se puede direccionar las respuestas hacia innovaciones ecológicas, automatismos eficientes y desarrollos que generen nuevos modos del vivir bien.

Ambas posturas son desafiantes y problemáticas. Desacelerar parece, en varios aspectos, una opción poco viable. Aquí no hace falta caer en ridiculizaciones poco justas que caricaturizan la desaceleración como una pretensión ingenua de retorno a las civilizaciones premodernas. Quizás el argumento más difícil para sostener la desaceleración sea imaginar la compleja regulación a partir de la cual todxs desaceleramos por igual, o de un modo lo suficientemente estratégico, dentro de un mundo donde se ha hecho evidente que quien tiene más posibilidad de acelerar logra mayor competitividad y ganancia. En el caso del aceleracionismo tampoco es necesario caer en injustas caricaturas como el postulado a secas de un capitalismo que cae por su propio peso, como si no hubiera ningún tipo de registro en torno al problema de la teleología marxista. La dificultad en todo caso se encuentra en pensar el sujeto (o sujetos) de la aceleración en relación a una programática que distinga de modo más específico los elementos principales que deben ser acelerados en el marco de múltiples tácticas como la apropiación, diseño y construcción de una política de futuro.

Acaso la insistencia política pueda ser la recurrencia por pensar los problemas que la aceleración conlleva para cada estrategia. Se ha vuelto un mantra común para muchas posturas teóricas abocar por un desprendimiento del cinismo y la resignación que impiden tener la posibilidad de construir un futuro diferente. En pos de esta tarea, en medio del asombro y el desconcierto, se puede poner en relación pensamientos y estrategias divergentes que eviten las conceptualizaciones excluyentes. En esta contraposición y críticas mutuas tal vez podamos delimitar hacia dónde deben conducirse los esfuerzos por dirimir los desafíos presentes y futuros.

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