Arqueólogos del tiempo

Emmanuel Biset

1. La época está signada por las piedras.

Por un impulso que tiene algunos siglos, la teoría busca los nombres adecuados para la época en la que se vive. Pero un nombre no es solo un nombre: es la posibilidad de dar forma, de efectuar un diagnóstico del tiempo presente. Cada palabra implica modos diferentes de aproximarse a un presente que nunca se adecua a cada decir. De hecho, este mismo desfasaje es la posibilidad de nombrar de modos diversos, de dar lugar a una batalla. Se trata de la guerra por los nombres en varios sentidos: indagando cómo una palabra constituye aquella realidad a pensar, dando cuenta de su desfasaje constitutivo respecto de esa realidad y sabiendo que el ejercicio de indagar el presente no es sino una forma reciente de la teoría.

Todo esto para decir que un nombre reciente para la época es antropoceno. Una palabra que surge de la geología, ciencia preocupada por nombrar eras geológicas, para señalar que nuestro tiempo se define por la posibilidad de medir estratigráficamente la intervención del ser humano. Un ser vivo cuyas acciones producen marcas geológicas. No resulta menor, primero, que sea una disciplina como la geología aquella que da nombre a la época. Un tiempo, segundo, designado por la centralidad de un anthropos cuyo impacto destituye la posibilidad de su separación radical respecto de otros seres. Un nombre que es, tercero, un modo de diagnosticar la época pero también una advertencia: la sexta extinción masiva de seres vivos.

Antropoceno es el nombre de una pluralidad: capitaloceno, tecnoceno, plantacionoceno, corporatoceno, oligantropoceno, angloceno, chthuluceno, etc. Cada uno de estos nombres declina una interpretación específica: ubica el origen de la época en un rasgo particular y diversifica un ser humano considerado como especie. Una y otra vez se señala esto: el problema de un nombre como antropoceno es que al generalizar la intervención a la especie borra las diferencias de responsabilidad en la misma incidencia del ser humano. Sin embargo, no resulta menor que esa multiplicidad inabercable de nombres que han surgido se declinan una y otra vez con el sufijo «ceno». Frente a otras palabras –capitalismo, modernidad, neoliberalismo–, las marcas están en las piedras.

2. Las piedras no son solo piedras.

Una roca que circula alrededor de una estrella. Una roca en movimiento, una roca en equilibro. La tierra: una piedra. Pero toda piedra tiene una historia: las capas de su conformación dan cuenta de formas del tiempo. No sólo hay múltiples mundos en la tierra, sino que la tierra nunca es una: capa sobre capa. Estratigrafía de las múltiples tierras en la tierra. Se agarra un manojo de tierra y se deja caer: tierra de la tierra. Si se presta atención allí todo lo que hay son sedimentos de diversos momentos: desde huella de vida reciente a piedras inmemoriales. Suena raro decir tierras, un plural incomodo, quizás porque tierra sea un singular evanescente.

La palabra antropoceno nos convierte en arqueólogos. Arqueólogos de las estrías del tiempo presente, de los sedimentos que componen la tierra. Arqueólogos de un tiempo futuro que analiza las marcas en la piedra de un mundo extinto. Arqueólogos de un tiempo pasado que será también futuro. Arqueólogos del sin tiempo de la piedra, de las tierras, de todo aquello para lo cual el tiempo es una narrativa entre otras. Arqueólogos del suelo como condensación de tiempos y espacios. Todo está en el suelo precisamente porque ya no podemos hacer pie.

Los arqueólogos, dicen, excavan. Los arqueólogos, entonces, destruyen el suelo para que otra cosa emerja. Y este es un trabajo lento, delicado, que precisa seguir rastros precisos, identificar marcas, cavar con herramientas que no destruyan. Un instrumental para raspar lo existente en vistas a pequeños descubrimientos. Un arqueólogo tiene que aprender a mirar, tiene que saber identificar un lugar, tiene que conocer de suelos, tiene que manejar el detalle de sus utensilios. Un arqueólogo se llena de tierra, se convierte en tierra, porque la tierra no es solo tierra. Guarda algo, o nada, o muchas cosas: convertirse en tierra, o polvo para el caso, es también saber soltar la tierra.

3. La tierra es la densidad de las piedras.

Imaginamos arqueólogos solo dirigidos al descubrimiento de civilizaciones humanas pasadas. Sin embargo, la palabra aloja otros sentidos: el logos de lo arcaico. Lo arcaico es lo viejo, lo antiguo, el inicio, lo que funda. El arqueólogo suponemos es quien narra historias pasadas tapadas por capas de tierra. Suponemos todo esto porque el tiempo, los tiempos, atraviesan su modo de hacer. Y entonces es posible preguntar no sólo por modos excavar un tiempo geológico prescindente de lo humano, sino por la exploración de la distancia entre tiempo e inicio. Si el tiempo es una dimensión interna a este universo, ordenado por narrativas humanas, quizás se pueda indagar el punto que divide lo sin tiempo del tiempo.

Porque nos interesa una arqueología no dirigida solo al pasado, sino que trabaje sobre el futuro. Trabajar con instrumentos que descubran capa tras capa los futuros posibles. Un modo de proceder que trabaja sobre el suelo, excava, para encontrar los rastros de lo no acaecido: el porvenir. Una arqueología de ausencias, de posibilidades, o de las huellas de eso que todavía no sucedió. Que no es sino lo que exige el antropoceno: el rastreo de las marcas estratigráficas de un ser vivo que moldeó la tierra con sus producciones. Y esto porque el suelo es también otra cosa que tierra, o mejor, las tierras es todo lo que ya será sedimento: todo lo que puede ser. Entonces arqueología nombra una técnica, un modo de trabajo con los materiales, sean los que sean.

Porque nos interesa una arqueología también dirigida a los otros sentidos alojados en lo arcaico: lo que da inicio, lo que funda, lo que da origen. El suelo también es fundamento. Por lo que la búsqueda, siempre sabiendo que se trata de herramientas en la materia, supone por lo menos dos cosas más. Por acá, remover lo que funda, cavar el propio suelo, indagar qué sostiene, trabajar las fuerzas. Porque si estamos parados, encontramos un suelo, es porque algo como la gravedad existe. Una fuerza de atracción que choca con fuerzas de resistencia. Fuerza contra fuerza para caer. Una arqueología es también una ciencia de la caída. Por allá, dar inicio, dar un logos, volver inteligible lo que da comienzo a algo. Una arqueología es también una lógica de lo que emerge.

Será el tiempo, entonces, de una arqueología por venir.

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