Isabel Naranjo
Podemos afirmar que el silencio no es solo la ausencia de ruido como la plenitud de sonidos. La fractura del mismo no es más que la violenta irrupción de vibraciones ajenas a un estado específico de cosas. Lo familiar se torna extraño ante el surgimiento impetuoso de una resonancia desconocida: se anticipa un peligro, el descubrimiento de lo sublime, la desaparición de la certeza. El rompimiento del sosiego empuja a la búsqueda de resguardo, a la entrega sin resistencia, al asombro encantado. La escucha atenta del silencio es condición de movimiento.
Existen sobradas evidencias de los efectos causados por el aumento indiscriminado de ruidos de origen antropogénico en cada uno de los rincones del planeta: registros audiovisuales de animales de la sabana africana emprendiendo la huida con mayor celeridad al escuchar la voz humana que el rugido de un felino, pérdida de capacidades cognitivas de aves expuestas al ruido, desplazamiento de grandes mamíferos acuáticos y redistribución de bancos de arenques, atunes, bacalaos y otras especies de peces en todos los océanos causados por la creciente contaminación sonora producto del tráfico marino y el funcionamiento de plataformas petroleras en altamar.
El ruido es enemigo del recuerdo. Los circuitos que constituyen la carnadura de una vida dependen de la facultad de poder evocarlos a través de ejercicios rutinarios de ida y vuelta, órganos y sentidos habituados a un vaivén acústico que cuando interrumpido, perturba identidades y trastoca la orientación de los cuerpos en el mundo. Caminar, nadar, reptar, volar a tientas una vez perdido el norte, desubicado por el trastorno febril provocado por la elevación de la temperatura, la ausencia de agua dulce, la luz perenne que extravía el fulgor estelar y distorsiona la percepción del tiempo.
La forma como el sonido se propaga por las aguas oceánicas se ha visto profundamente perturbada por la acidificación de las mismas. Los organismos que componen el mar reaccionan al incremento de los niveles de dióxido de carbono regulando su química interna. Se trata de una transformación extremamente sensible a cualquier mudanza en el ambiente, pero con serias consecuencias sobre procesos tan fundamentales como el metabolismo, la actividad enzimática y las funciones de las proteínas. El cambio en la composición de las comunidades microbianas alterará la disponibilidad de nutrientes esenciales como el hierro y el nitrógeno con efectos directos en la cantidad de luz que penetra en el agua y la reproducción del ruido sobre esta superficie líquida.
El comportamiento de los organismos acuáticos no solo ha sido conmovido por la intensidad y el incremento de un entorno disonante, cada es más frecuente la presencia de metabolitos que resultan de la descomposición de fármacos consumidos por comunidades humanas y animales de granja en cuerpos de agua. Los principios activos de tranquilizantes y antidepresivos, analgésicos, antibióticos y anticonceptivos que escapan al control de las plantas de tratamiento de efluentes cloacales, tienen una incidencia directa en la conducta de estos animales: peces desprevenidos ante la presencia de un predador que pasa inadvertido, peces “intersex”, peces impasibles ante la necesidad imperiosa de reproducción, peces que evaden la interacción con otros de su especie, peces que olvidan buscar su alimento, dispersarse y migrar.
Entre dos y cien metros de profundidad en el mar Mediterráneo es común encontrar bancos de salemas que a la primera señal de peligro, se alejarán nadando al unísono, como si de un solo individuo se tratase. A pesar de que su sabor no es muy apreciado por comensales humanos, son bien conocidos los efectos alucinógenos que en ocasiones puede provocar su consumo. La dieta de los peces adultos de esta especie está compuesta de algas en su totalidad, algunas de ellas tóxicas y cuyos alcaloides (o metabolitos secundarios), pasan a su carne.
A mediados de la década de 1980 se aprobó la comercialización de fluoxetina, un antidepresivo de la clase de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Está indicada para tratar, tanto en adultos como en niños, los trastornos depresivos, las crisis de angustia, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), la bulimia nerviosa, el trastorno disfórico premenstrual y el trastorno de pánico. Es uno de los medicamentos recetados más vendidos en el mundo, y en 2018 se extendieron más de 25 millones de recetas solo en Estados Unidos. Concentraciones muy bajas de este fármaco en el agua provocan que los peces se comporten de manera similar entre sí, borrando sus características individuales, todos actuando de forma homogénea, como un banco de salemas en fuga.
Los ríos se llevan nuestra tristeza al mar; ésta abandona el cuerpo en tierra navegando en la forma de moléculas que no se disipan en el agua y se hacen carne en el pez. Del torrente sanguíneo a caudales de líquido cristalino y dulce que alimentan esa gran masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie terrestre, entregando el último resto de mar que albergaba lo humano diluido en lágrimas o en una excreción acuosa, transparente y amarillenta.
Branquias, escamas y aletas; toda una anatomía dispuesta y moldeada por un medio acuático en el cual respiran, se mueven y se reproducen. No hay un solo milímetro de ese cuerpo que no esté tocado por el agua, todo él sensible a su composición. Ni un solo orificio que se asemeje al nuestro órgano de audición, sí una línea lateral que recorre cada lado desde las cercanías del opérculo (estructura que cubre las branquias) hasta la cola. Todo un cuerpo preparado para percibir la propagación de ondas acústicas y actuar en consecuencia, tacto y oído potenciados en una sensación que viaja de una punta a otra. Ni un solo orificio.