María Gorjón
Todo comenzó con un telar mecánico, y debo advertirles que esa cosa era un aparato monstruoso. (…) un insecto de metal gigante con diez mil patas, engullendo instrucciones y excretando hilos de seda como si fuese una araña prehistórica.
Benjamín Labatut, Maniac
En la actualidad la fusión entre hombre y técnica parece profundizarse, y su radicalidad es tal que en el último tiempo ha surgido un modo de nombrar esta imbricación. Posthumanismo es el término que designa cierta urgencia por capturar, entre otras cosas, las mutaciones en la formación de la identidad en relación a la tecnología. A saber, nos encontramos en un escenario donde el nuevo régimen digital, -cuyo imperativo es el deseo de lograr una total compatibilidad con el tecnocosmos digital-, modula los cuerpos que ahora se presentan como sistemas de procesamientos de datos, metadatos, códigos, perfiles cifrados, bancos de información, etc. Este pasaje del cuerpo orgánico hacia el upgrade digital ha sido respaldado por una serie de saberes que instrumentan fuerzas más volátiles y flexibles que la lógica mecánica que regía los cuerpos en los albores del capitalismo industrial. En esta dirección Paula Sibilia en su libro El hombre postorgánico advierte que “a medida que pierde fuerza la vieja lógica mecánica (cerrada y geométrica, progresiva y analógica) de las sociedades disciplinarias, emergen nuevas modalidades digitales (abiertas y fluidas, continuas y flexibles) que se dispersan aceleradamente por toda la sociedad”. De este modo se abre una grieta en la ilusión de una identidad fija y estable, tan relevante en la sociedad moderna e industrial, que va cediendo terreno a los “kits de perfiles estandarizados” o “identidades pret-á-porter”.
En este sentido me interesa abrir una zona de indagación en torno a los tráficos que se realizan entre lastecnologías digitales y la subjetividad en vistas a abordar ciertas cuestiones que se presentan como incógnitas: ¿La era del hombre está realmente llegando a su fin, como sostienen algunxs? O por el contrario, ¿se trata de la subjetividad humana ampliándose y expandiéndose hasta colonizarlo todo con su vector de ensimismamiento? ¿qué formas de subjetividad se destinan a lo posthumano?
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La llamada “inteligencia artificial generativa”, -término que refiere a modelos de aprendizaje automatizado entrenado con grandes cantidades de datos y que producen resultados basados en los pedidos de los usuarios (prompts)-, ha ejercido un fuerte impacto en nuestras sociedades, especialmente a partir del interés que despertó el lanzamiento al público en general de ChatGPT, programado para “conversar” con nosotrxs de manera empática, o en el último tiempo, los generadores de imágenes como Midjourney, Dall-E o Stable Diffusion.
Hace algunos meses fue noticia el desarrollo de un chatbot que replica la personalidad de un individuo difunto, permitiendo al familiar o amigx de esa persona mantener conversaciones e incluso recibir audios de voz. Es decir, la aplicación HereAfterAI no sólo permite almacenar recuerdos sino también interactuar con ellos a través de un formato conversacional, donde sus historias y personalidades son revividas mediante IA. Al igual que las demás inteligencias artificiales, HereAfterAI se alimenta de las huellas digitales que el sujeto ha dejado: chats, audios de voz, correos electrónicos, etc. A partir de la recopilación de estos datos se entrena al sistema garantizando que las respuestas del chatbot reflejen fielmente la personalidad y el tono de la persona.
Esta especie de médium tecnológico permite entrever algunas cuestiones en relación a cómo las tecnologías han configurado una relación fantasmática no sólo con la muerte sino también con la técnica y la identidad. En otras palabras, los propios comportamientos digitales (metadatos) asisten la configuración y multiplicación de “dobles fantásmicos digitales” de nosotrxs mismos. Esta duplicidad reproduce lo que Agustín Berti y Javier Blanco han llamado “cartesianismo digital” que separa lo que los datos dicen que somos de nuestra propia existencia corpórea. Ambas dimensiones son articuladas por plataformas que ofrecen una interfaz a medida humana para lidiar con escalas y velocidades supra e infra humanas. En efecto, la aparición del software supuso una actualización del dualismo donde los programas son modos de existencia confinados al ámbito de lo mental. De ahí que los modos en los que hablamos de los programas recurran a narrativas mentalistas que, junto con otras formas metafóricas como “inteligencias”, “nube”, “redes neuronales”, etc., contribuyan a un imaginario etéreo que oculta la complejidad de los sistemas operativos, así como también las estructuras materiales que garantizan su existencia. Y es justamente esta dimensión opaca en la técnica la que constituye un vínculo fantasmal entre nosotrxs y la tecnología. Como señala Berti en su libro Nanofundios, el lugar incómodo de la técnica en el pensamiento se debe a una incomprensión radical que la vuelve transparente y opaca a la vez: “la paradójica complejidad del fenómeno técnico, o puesto de otro modo, el desconocimiento de las causas a pesar del poder lidiar parcialmente con las consecuencias de la operación técnica, hace que este funcione como una caja negra en la que lo incomprensible deviene casi mágico. Y, como toda magia, nunca es del todo controlable. Así, la técnica provoca un terror casi sagrado, asociado a una presunta teleología que excede a sus creadores; una tendencia inmanente que derivará en las imaginaciones más distópicas, en la rebelión de las máquinas”.
De este modo, el paisaje que rodea a una de las infraestructuras más importantes de nuestra contemporaneidad es opaco, nebuloso. Esta opacidad del fenómeno técnico nos confina a un sonambulismo tecnológico, -expresión recuperada por José A. López Cerezo en su introducción a las Tecnologías Entrañables-. Esto es, cierta actitud con respecto a las tecnologías que nos exime de la posibilidad de intervención y co-constitución del medioambiente tecnológico, respaldada por la creencia según la cual estas evolucionan a través de un mecanismo ciego que no deja lugar para la intervención consciente del hombre. Esto es importante en la medida en que una de las razones que abonan el pesimismo tecnológico de una parte importante de los filósofos del siglo XX es el carácter extraño y alienante de las tecnologías industriales más importantes, tecnologías que afectan la vida de las personas, pero que, tanto en su origen como estructura, son completamente ajenas a la vida. Es por esto que el desafío para nosotrxs consiste en agregar textura a este paisaje, donde estamos destituidos de comprender materialmente las condiciones de posibilidad, los mecanismos de funcionamiento y de posible subversión de las tecnologías y de cómo operan.
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Las tecnologías que articulan el paisaje contemporáneo son vectores productivos que engendran diversas prácticas, saberes, formas de pensar, vivir y sentir; es decir, nuevos modos de ser. En este contexto de creciente masificación de fenómenos técnicos y, asumiendo la premisa según la cual no hay nada más humano que la técnica, Berti arriesga que más que posthumanos somos hiperhumanos, en el sentido de que propiciamos permanentemente la multiplicación de entidades meta-humanas, esto es, entidades que dicen (y hacen) cosas sobre entidades humanas, a las que, de algún modo, se parecen y sobre las que operan.
Así es que la mediación tecnológica habilita una zona que aún queda por indagar: los posibles alcances políticos de la crisis de las identidades basadas en una mirada antropocéntrica de mundo a partir de su duplicación de perfiles virtuales. ¿Cuál es la novedad y el alcance de esta forma de existencia fantasmal que encanta el mundo material?