Bio-tecnopolíticas en el antropoceno
Jazmín Acosta
El alimento, como materialidad autoalteradora y dispersora, es también un actor. Participa en lo que nos convertimos.
Jane Bennet, Materia vibrante.
…[B]ut I was the slave, not the master of an impulse…
Mary Shelley, Frankenstein
35ºN, 155ºO. En las aguas subtropicales del Pacífico Norte, entre California y Hawaii, una gran isla de desechos plásticos flota y se acrecienta, con-fundida con el oleaje. En 2018, Scientific Report indicó que la superficie de esta isla, llamada el “Gran Parche de Basura del Pacífico”, (o también: “Continente de plástico”), se estimaba en 1.6 millones de kilómetros cuadrados. En 2020 se calculaba que estaba conformada por aproximadamente 80 mil toneladas de plástico, y que ese número va en aumento. No es por cierto la única “isla” o “parche” de plásticos flotantes, pero ésta es la más grande de todas: su superficie, suele destacarse, equivale a la del estado de Texas. Para hacer imaginables las escalas de las cosas, se dice también que “es apenas un poco menor que el territorio mexicano”; o bien, según la organización Ocean Cleanup, que “es 3 veces mayor que el territorio de Francia”.
Si bien los parches no son lugares en donde podamos “hacer pie” (la basura plástica que los entreteje no es compacta), pueden alcanzar los 100 metros de espesor. Con todo, la Isla de Basura del Pacífico no es exactamente una “isla” (no sirve imaginarla como una gran pila de basura flotante). Es más bien una suerte de “manto” de materia móvil que ondula entre el agua, con las corrientes y el viento, y que contiene aproximadamente 1.8 billones de pedazos de plástico cuyo tamaño es, en su mayoría, inferior al de una uña humana: se trata de partículas de baja densidad denominadas microplásticos. [1]
Diversas organizaciones ambientalistas y agencias vienen realizando una labor “arqueológica” para determinar la composición y la antigüedad de la Gran Isla, así como la procedencia de los plásticos que a diario llegan para seguir ampliando ese ensamblaje. Una indica que muchos de los plásticos allí encontrados datan de 1945; otras advierten que el 45% de la isla está compuesta por redes de pesca llamadas “fantasma”; es decir: redes que han sido abandonadas en los océanos, y que terminan allí, abarrotadas junto a restos de botellas, cepillos y otros tantos utensilios humanos (ahora inútiles), causando aún más daño al ecosistema marino. Atraídas por la fuerza del vórtice, continúan atrapando en su danza oceánica un sinnúmero de peces y otros bichos. Otras organizaciones intentan determinar la procedencia de los restos: China, Tailandia. Pero, sostienen, es posible identificar en los restos de productos plásticos “etiquetas de numerosos países”. Como suele suceder ante eventos de contaminación de este tipo, todos tienen la culpa, y nadie en particular la tiene. Al igual que con la contaminación del aire, podemos localizar las coordenadas geográficas de los incidentes ambientales con cierta precisión, pero no podemos determinar con exactitud el alcance de los efectos del evento contaminante. En este caso, estamos frente a una “cosa” (la isla de plástico) que es el “efecto” de un evento contaminante cuyo “origen” en el tiempo puede datarse aproximadamente en los alrededores de 1945, pero que aún no ha cesado, y cuyos efectos hacia adelante, hacia el futuro, resultan incalculables (y esto es otra manera de decir que ahora, en este preciso instante, la “Gran Isla” continúa ampliándose en extensión y en profundidad) [3]. En cualquier caso, las previsiones acerca del impacto de la contaminación por plásticos en los ecosistemas no son halagüeñas, y se asegura que para el año 2060 será devastador. Mientras tanto, se ponen en práctica medidas paliativas como las del reciclaje, pero la escala de producción de plásticos es tan grande, y las posibilidades de implementar de manera eficiente el reciclado están tan desparejamente distribuidas, que se hace difícil avizorar un futuro “sin” plásticos. Dadas sus prestaciones, su utilidad, su omnipresencia, ¿es acaso posible? ¿es acaso deseable? ¿Cómo sería posible vivir sin trenes, sin autos, sin aviones, sin teléfonos, sin computadoras? Dicho en otras palabras: en estas escalas, ¿cómo y con qué sería posible sustituir el plástico? ¿Cómo lidiar con los fantasmas de lo posible, lo necesario y lo inevitable?
Hay vida en marte. Pero la Gran Mancha de Basura del Pacífico (sorprendentemente) también alberga vida. Entre las redes plásticas y los objetos que tardarán décadas en degradarse, se producen ensamblajes inéditos: los caracoles violetas, las gelatinas botón azul, el dragón de mar azul (un tipo de babosa marina), se han detectado flotando entre la basura. Estos organismos que viven flotando en la superficie del mar (y que conforman ellos mismos, también, una especie de “red”), se denominan “neuston”, y se han adaptado adquiriendo colores azulados arriba, y transparentes abajo, para sobrevivir a sus predadores. Hasta ahora se sabía que existían solamente en el Mar de los Sargazos, y los científicos no saben a ciencia cierta si este ecosistema marino recientemente descubierto preexistía o no a la mancha de basura. Estas “redes” de organismos (que suelen incluir también algas) son importantes ya que ofician de “vínculo” entre ecosistemas marinos diversos, constituyéndose por ejemplo en la fuente de alimento de gaviotas, tortugas marinas y otros animales. El hecho curioso es que en este caso han sido descubiertos, precisamente, gracias a las incursiones realizadas para estudiar la isla de basura, puesto que el agua en esa zona del Océano Pacífico tiene una baja densidad de nutrientes. Si bien se han encontrado restos de neuston mezclado con plástico en los intestinos de gaviotas, peces y tortugas marinas, un artículo de National Geographic indica que, en la medida en que la Mancha del Pacífico es un ecosistema todavía “poco estudiado”, los biólogos desconocerían los efectos que la presencia de los plásticos y microplásticos podrían llegar a tener en las interacciones entre esas diversas formas de vida. No obstante, otros investigadores señalan, a partir de estudios recientes y en curso, que se encuentran biomarcadores de microplásticos en más de 690 especies marinas, con consecuencias nocivas comprobadas [5]. En este sentido, el problema de la contaminación del mar y otros ecosistemas acuáticos es análogo al de la contaminación del aire. No existe, todavía, ningún “purificador de aire” capaz de limpiar la atmósfera terrestre. ¿Será posible sanear los ecosistemas acuáticos de la presencia de microplásticos?
Materia vibrante. El plástico se encuentra en los objetos que nos rodean, con los que convivimos y que utilizamos a diario, y con los que creamos nuevos agenciamientos: están en los envoltorios y contenedores de comida (papeles, frascos y botellas, los denominados “plásticos de un solo uso”). Están presentes en las fibras textiles de la ropa que vestimos, en instrumentos quirúrgicos y en las teclas de las computadoras que ahora usamos; en dispositivos ortopédicos, en implantes de varios tipos. También, de manera “invisible”, en diferentes productos y elementos de la agroindustria, como abonos y recubrimientos de semillas. El plástico, entonces, podría considerarse un “hiperobjeto” (Morton), y su presencia omnímoda y cotidiana en nuestras vidas no debe soslayar el hecho, algo inquietante, de que quizás esta silla en la que uno se sienta a escribir sobrevivirá con creces no sólo la duración de nuestras vidas, sino la vida de varias generaciones por venir. Otra cosa que resulta sobremanera inquietante es que estos microplásticos que se encuentran tanto en el agua del mar como en la que bebemos, en la tierra, en los alimentos, y aún en el aire que respiramos, son incorporados por nosotros de manera involuntaria. Aún bajo una supuesta ilusión de empoderamiento y “control” estamos, en este sentido, tan desprotegidos como las gaviotas y los peces (vivientes que, como todos los vivientes, padecen inevitablemente nuestras afecciones). Así, un artículo de CNN señala que “cada semana ingerimos el equivalente a una tarjeta de crédito” [6]. Estudios preliminares muestran que, en efecto, los microplásticos ya se encuentran circulando en nuestro torrente sanguíneo, que son absorbidos por los tejidos de nuestros órganos, que se depositan en ellos (incluido, presumiblemente, nuestro cerebro) [7]. Infiltrados y ensamblados con nuestros tejidos, ¿cuáles serán los alcances de tales transformaciones? ¿Seremos ya, sin saberlo, híbridos plásticos? La absorción de microplásticos es un proceso que no vemos ni sentimos. Sin dolor y sin placer, cada día nuestro cuerpo simplemente los incorpora. Y los metaboliza. O a la inversa: somos incorporados en una red vastísima de microplásticos; “componemos” con ellos un (¿nuevo?) tipo de “ensamblaje” (Bennett) cuyos impactos (en nosotros, en el medioambiente) apenas comenzamos a entrever.
Il faut manger. En la película Crímenes del futuro de David Cronenberg (2022) vemos a Tensel, el artista, sentado en una especie de silla mecánica sometido a la (entonces penosa) actividad de digerir alimentos. La escena transcurre en un futuro indeterminado, presumiblemente no muy lejano, y las formas de la silla son llamativamente orgánicas, como si se tratase de un exoesqueleto (maquínico, “artificial”), destinado a complementar la tarea (biológica, “natural”) de hacer la digestión. En ese futuro de sensibilidades “nuevas” o alteradas (la película muestra que los humanos han perdido la capacidad de sentir dolor), el artista puede vivir, sustentarse, gracias a ese ensamblaje orgánico-maquínico que se produce entre lo que come (la materia comestible), su cuerpo y la máquina. Y es que, como los estrafalarios monstruos de Wilcock, Tensel posee una capacidad extraordinaria: la de producir órganos nuevos, sin utilidad o finalidad aparente, y que se constituirán en aquellas “obras de arte” (u “objetos del arte”) que el artista exhibirá a su público en sus performances. Poco se dice al inicio de la película acerca de esta enigmática capacidad artística o “poiética” de la que el artista hace gala; no obstante, en paralelo se nos revela que algunos humanos han adquirido (y otros, presumiblemente, están adquiriendo) otra capacidad extraordinaria: la de digerir plástico. No como producto de la “voluntad” de algún “genio artístico”, sino como resultado de una intervención hecha tiempo atrás por un grupo de transhumanistas radicales. Aparentemente, ese “rasgo adquirido” devino, luego, un rasgo heredado (un niño comedor de plástico es asesinado por su propia madre, como una “abominación” y como una “monstruosidad”; los comedores de plástico son vigilados y perseguidos por el estado, y Tensel jugará un papel contradictorio en esa encrucijada). Así, una cuestión inquietante que la película plantea (entre otras) es la ambigüedad o ambivalencia respecto de semejante poiesis: la generación de órganos nuevos, cuya única función aparente es la de ser (artísticamente) “soporte de otras inscripciones”, ¿es una respuesta adaptativa del organismo, es resultado de la “evolución” como proceso “natural”? ¿O es también resultado de haberse sometido a la misma modificación genética (“artificial”) introducida por los transhumanistas radicales? ¿O serán “verdaderamente” esos órganos extraños poderosísimas “obras de arte”, fruto del “genio creador” y expresión de una asombrosa potencia o “voluntad artística” de un sujeto? En cualquier caso, estas preguntas que acompañan aquella ambigüedad inicial planteada en la película quizá puedan leerse, todas, como variantes de la expresión de aquel “sueño transhumanista” que nace con el cosmismo de Fiòdorov, y continúa con (y más allá) de Stelarc.
Si el plástico deviene “comida”, y si podemos interpretar la comida, con Bennett, no como una materia pasiva que consumimos, sino como “un actante dentro de un ensamblaje que incluye entre sus miembros a mi metabolismo, mi capacidad cognitiva y mi sentido moral”, podríamos afirmar que “el poder productivo del plástico” (en tanto que “materia vibrante” y alimento) ya no sería (solamente) el de contaminar lo vivo o ensuciar lo inerte, el poder de arruinar tejidos de vivientes y paisajes creando “ensamblajes mortíferos” con otras “materias”. El poder productivo del plástico incorporado en este nuevo tipo de ensamblaje sería, ni más ni menos, que un paradójico “poder” de sostener -de sustentar– la vida. El acto de ingerir plástico deviene así, también, el locus de una agencia política: “el locus de la agencia política es siempre un ensamblaje (mortal) de humanos y no humanos”, escribe Bennett. (Dicho sea de paso, desde esta perspectiva también cabría considerar la potencial agencia política de los animales, incluidos los organismos y microorganismos que conforman el neuston).
El cuerpo es real.La película de Cronenberg -a la que propongo leer como una suerte de “ficción del Antropoceno”-, sugiere que ese nuevo ensamblaje de humanos y no humanos (el plástico y las tecnologías, el tiempo y las circunstancias), nos transformará en otros-que humanos. Frente a la vertiente “desencarnada” de transhumanismo que apuesta por una trascendencia sin cuerpo (lograda, precisamente, a través de la “trascendencia” del cuerpo), nos encontramos aquí frente a un transhumanismo que afirma que el cuerpo no sería, precisamente, “obsoleto” (el cuerpo es real es la frase que guía la práctica artística de Tensel). Cronenberg parece dejarnos frente a un transhumanismo que afirma que el cuerpo humano puede convertirse en un recurso estratégico para la regeneración ambiental. Ese nuevo tipo de cuerpo intervenido (podemos arriesgar) devendría “útil y deseable” en el contexto de un mundo potencialmente invadido y colapsado por toneladas de plástico. Dotada con un cuerpo modificado para digerir plástico, esa “nueva humanidad” contribuiría, entonces, sino a la salvación del planeta, sí por lo menos a la remediación, aunque sea parcial, de algunos de los daños ambientales. En esta vía, un transhumanismo materialista (re)afirmará el cuerpo en tanto que ensamblaje tecno orgánico: quizás ya no como un cuerpo-cosa, sino como un cuerpo-materia “vibrante” (en el sentido de Bennett). Un cuerpo no “obsoleto”, sino más bien imprescindible para generar nuevos “metabolismos” con el medioambiente. Desde el punto de vista de la agencia que propone la autora, ese acto de comer plástico (como todo acto de comer) no sería sólo “biológico”, sino también político.
Pero esto que plantea la ficción nos deja, en la realidad -claro está-, ante preguntas más que inquietantes. Preguntas que no son las únicas y que quizás no sean las mejores, y cuyas “respuestas” (si es que las tienen) son difíciles, arduas y complejas, y requieren de un tratamiento que no podemos darles aquí. ¿Tendremos que transformarnos y devenir otra cosa que humanos para salvar este planeta? ¿No hemos hecho eso siempre, acaso? (se dirá). “¿No hemos sido siempre cyborgs?”, se repetirá por aquí y por allá. ¿Podemos aprender a “ser humanos” de otras maneras? ¿Hasta dónde, y de qué maneras, estaríamos dispuestos a cambiarnos, a alterarnos o a modificarnos a nosotros mismos -como humanos, como especie- para sostener “mejores oportunidades” (de supervivencia) para todos los vivientes? ¿Podremos hacer viables, finalmente, otras formas de “metabolismos” más amables para con el ambiente y con los otros?
“Plástico” es un término que proviene del griego “plastikós”, y está estrechamente vinculado con el (lenguaje del) arte. Significa “que se puede moldear”. Sabiendo que las biotecnologías son tecnologías de alto riesgo (como la IA, como la bomba nuclear), que la marcha de muchos procesos antrópicos en curso es difícil de contener o de controlar, quizá otra manera de abordar estas inquietudes sea preguntándonos ¿cuáles son los límites de la “naturaleza plástica” de los seres?
Notas
[1] Datos consultados en el informe de 2018 del sitio de la National Library of Medicine, National Center of Technology and Information, EEUU. Recuperado de https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC5864935/
[2] Ver “¿De qué está hecha la isla de basura del Pacífico?”, de Laura Parker. Revista Nat Geo, 23 de marzo de 2018. Recuperado de https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2018/03/de-que-esta-hecha-la-isla-de-basura-del-pacifico
[3] “Evidence that The Great Pacific Garbage Patch is rapidly accumulating plastic”. Lebreton L.,Slat, B, et al. En Scientific Reports, 8, Nº de Artículo 4666, 22 de marzo de 2018. Disponible en https://www.nature.com/articles/s41598-018-22939-w
[4] “La gran mancha de basura del Pacífico rebosa vida”, de Charles Q.Choi. Revista Nat Geo, 25 de julio de 2023. Recuperado de https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2023/07/gran-mancha-basura-pacifico-rebosa-vida
[5] Ver en Agencia SINC. Ciencia contada en español. Reportaje: “Los microplásticos ya cercan a especies en extinción”. 3 de mayo de 2023. Recuperado de https://www.agenciasinc.es/Reportajes/Los-microplasticos-ya-cercan-a-especies-en-extincion#:~:text=Sus%20consecuencias%20t%C3%B3xicas%20se%20han,o%20aumento%20de%20la%20mortalidad
[6] “We consume up to a credit’s car worth of plastic every week”, por Chris Cillizza, CNN, 22 de noviembre de 2022. Recuperado de https://edition.cnn.com/2022/10/31/us/microplastic-credit-card-per-week/index.html
[7] “Microplastics can get into the brain tissue, study shows”, por Kate Sullivan. NBC News, 16 de septiembre de 2024. Recuperado de https://www.yahoo.com/news/microplastics-found-brain-affect-one-182553809.html?guccounter=1. Significativamente, allí se señala que los tejidos cerebrales afectados son los relacionados con el sentido del olfato, el cual está, a su vez (señalo) ligado con el sentido del gusto. Este dato quizás resulte relevante para las consideraciones que se harán más adelante. Ver también “You are what you eat: plastic in our food”, Grace Higgins, sitio web de EARTHDAY.ORG. Recuperado de https://www.earthday.org/you-are-what-you-eat-plastics-in-our-food/
Otras fuentes y bibliografía consultada
Jane Bennett. “Materia comestible” En Materia vibrante. Hacia una ecología política de las cosas. Caja Negra, 2022, pp. 105-132.
Flavia Costa. “Transhumanos. Limbo Eterno FM-2030”. Revista Anfibia, 2019.
Juliana Fausto. La cosmopolítica de los animales. Cactus, Buenos Aires, 2023.
Organización de las Naciones Unidas, Programa para el medioambiente: “Todo lo que necesitas saber sobre la contaminación por plásticos”. Reportaje del 25 de abril de 2023. Recuperado de https://www.unep.org/es/noticias-y-reportajes/reportajes/todo-lo-que-necesitas-saber-sobre-la-contaminacion-porplasticos#:~:text=La%20humanidad%20produce%20m%C3%A1s%20de,invaden%20la%20cadena%20alimentaria%20humana