Ensayos

La labor de escuchar

 

Haytham el-Wardany

 

A Marina Vishmidt, inspirado por Sean Bonney

 

Los muertos. Tienen un plan. Y su plan es simple. Se llama Sumoud صمود. Mantenerse firmes y volver a empezar. Los muertos. Nos dirigen a las tumbas abiertas, profanadas por las excavadoras. Una mano cercenada. Una lengua mutilada. Una verdad manchada, junto a una maleta de libros. Los muertos. Tienen hambre, y tienen un plan. Su plan es convocarnos a la tierra. Donde ya no están enterrados. E insistir en que nos mantengamos firmes y empecemos desde ahí, de nuevo. Hace tiempo que no te escribo. Pero hoy me has venido a la mente. Mi dolor de oído me hizo pensar en ti. Es un dolor que ha empeorado desde que empezó el genocidio en Gaza غزة. Básicamente, el yunque de mi oído ha decidido rechazar cada sonido que recibe, y escuchar en su lugar lo que está enterrado en su interior. Porque hay señales infrasónicas a mi alrededor, dondequiera que vaya. En los anuncios del U-Bahn, en el crujido del piso de mi vecino de arriba y en las frías conversaciones abstractas con alemanes de izquierda. En el silencio labrado tras horas de conversación, mientras evitan acrobáticamente la palabra Palestina. A veces mi yunque suspende todo lo que golpea mi tímpano; otras veces corre enloquecido como una alarma de emergencia, o como un paramédico en Khan Younis buscando frenéticamente a los desaparecidos. Es doloroso, pero me ha hecho darme cuenta de que lo que está enterrado en lo más profundo de todo lo que oigo no son susurros de fantasmas, sino el “anhelo sin voz de un mundo más verdadero”. Este es el anhelo que W.E.B. Du Bois escuchó en Sorrow Songs, resonando a través de melodías transmitidas por los antepasados esclavizados. Hablar con los muertos significa deshacer la función de mi oído para que los huesos más pequeños de mi cuerpo puedan transmitir este “anhelo sin voz”. En este anhelo reside todo el sentido que puedo darle a la palabra solidaridad. Una solidaridad intempestiva que perdura y se intensifica gradualmente contra el tiempo y la geografía del capital. ¿Te resulta familiar este dolor de oído? En fin, hablar hoy cualquier otra lengua que no sea la de los muertos es participar en el crimen en curso. Los muertos. Los muertos insepultos. Nunca podrán ser aniquilados, aunque nuestro enemigo siga siendo victorioso. Su lenguaje es el de las más diminutas formas de vida imperecederas, que envían señales persistentemente, desde abajo de la tierra. ¿Cómo va tu progreso con el aprendizaje? El mío es bastante accidentado. Pero hace poco aprendí una palabra nueva. Se llama AR-CHI-TEC-TURE. Cuando Iman Mersal tuvo que dar una conferencia en inglés por primera vez, pensó en un truco como haría cualquier migrante. Los migrantes aprenden a ser tramposos. Sus trucos subvierten la humillación de ser forzados a hablar una lengua que les infantiliza continuamente. El truco de Mersal consistía en escribir en árabe las palabras difíciles en inglés, para visualizarlas en la forma tranquilizadora de una lengua familiar. La más difícil era la palabra arquitectura. Así que la escribió con: Alef ألف, Ra راء, Kaf كاف, Ya ياء, Ta تاء, Kaf كاف, Ta تاء, Shin شين, Ra راء. En el momento crítico, tropezó con la palabra. Lo que ocurrió entonces, escribe, fue que “Una mezquita, una mezquita Omayyad concretamente, parecía derrumbarse en algún lugar, el sonido de sus cristales rotos emitiéndose en el hilo de mi voz”. Sigo pensando en el sonido de destrucción enterrado en la palabra AR-CHI-TEC-TURE, que nadie parece oír. Sigo pensando en las letras árabes que se esconden en la palabra inglesa, que nadie parece ver, salvo los ángeles moribundos que la rodean en aquella sala de conferencias. AR-CHI-TEC-TURE, la forma en que se rompió en la voz de Mersal, es la palabra que aprendí. No es exactamente una palabra, sino un montón de escombros. Sin embargo, capta elocuentemente la violencia colonial en cuatro sílabas rotas. Es decir, la violencia de un Imperio que hace oídos sordos a la estremecedora destrucción, ocupado mientras tanto en construir sus ruinosas torres. Ojalá, cuando me hagan hablar en inglés, mi voz, como la de Mersal, se quebrara siempre con el sonido de los cristales rotos de las casas de Deir al-Balah دير البلح y Tall al-Hawa ت الهوى. En tu última carta escribiste que el lenguaje de los muertos carece de palabras, pero que puede oírse cuando nuestras palabras se resquebrajan bajo el peso muerto que llevan. ¿El “anhelo sin voz” no es literalmente ese peso muerto del que hablabas? ¿La verdadera sustancia de la historia? En lo más profundo de cualquier modernidad yace enterrado un crimen, una masa de vidas diezmadas, su anhelo hacia un mundo más verdadero todavía empujando y empujando a través del lenguaje. Mantengo la mancha roja en mi cara, y giro en semicírculos al desordenado ritmo en mi oído. Los muertos. Cantan con lenguas cortadas. Y tienen un plan. Traernos de vuelta. A la tierra. A pesar de sus asesinos. ¿Recuerdas la piedra sobre la que te escribí? Me desperté esta mañana y la encontré de nuevo en la palma de mi mano. Palpé su superficie lisa y supe esta vez que no era una reliquia de mi infancia, cuando rompía ventanas con mis amigos furiosos, sino otra infancia, ahora enterrada bajo los escombros de Gaza غزة, replegada sobre sí misma. Digo que me desperté, pero en realidad no dormí en cinco días. Hay una frase de Etel Adnan que dice: “vivir de noche es vivir de oído, y el ojo seguirá”. Me parece una frase muy útil en esta noche interminable. Porque lo que hace la noche no es la ausencia de luz, sino la masa de vidas destruidas, montones de escombros y anhelos no realizados. Estos seres nocturnos perduran y persisten. Insisten en su pertenencia a este mundo, y siguen ejerciendo sus exigencias sobre él. Día y noche. Es hora de empezar a vivir de oído, y escuchar sus anhelos sin voz. Es hora de des-atestiguar el crimen fascista, cometido en la hora más luminosa de cada día. La luz brillante se ha convertido simplemente en supremacismo blanco. Su único propósito es salvaguardar el control fronterizo, o las puertas de los asentamientos. Los presos confinados en celdas minúsculas, y sometidos al resplandor implacable de bombillas fluorescentes de 500 vatios, saben cuán muerta y oscura puede ser la luz. Mis amigos están muertos. Y tienen un plan sencillo. Pero sencillo no significa fácil. No es fácil llorar las ciudades. No es fácil esconderse. En lugar de dar cuenta de la luz criminal que todo el mundo ve, es más fácil esperar el fin del mundo. Pero ese no es el plan. El plan es empezar desde la oscuridad, debajo de la tierra. En lo profundo de las heridas abiertas, hay algo que nos espera: pequeños gérmenes que nos inmunizarán contra la complicidad. Porque Sumoud صمود no es una firmeza que mantiene el statu quo, sino un fallo obstinado en él. Sumoud صمود es en realidad convertirse en una piedra sobre terreno expropiado. Imagino que las piedras fueron una vez ojos, que siguen silenciosa y ferozmente la historia desde tiempos inmemoriales. Y como nunca pestañeaban, se petrificaron. Una piedra es la negación de todo lo que la burguesía llama Naturaleza. La tierra a la que se nos convoca no es naturaleza. Es la sedimentación de las luchas contra la violencia naturalizada. De ella brotan piedras endurecidas que se clavan en las gargantas de quienes utilizan el hambre como arma. Apreté con fuerza la palma de mi mano y apliqué un truco de magia que aprendí de mi Cheikh شيخ. Cuando volví a abrirla, la piedra se había convertido en una palabra. Sus cuatro letras temblaban cada vez que las tocaba. La راء, la فاء, la عين, la تاء. Me quedé con las consonantes, y enterré cuidadosamente las vocales, que nadie parece ver, en varios rincones de la ciudad. Luego me quedé a oscuras, con el corazón acelerado, esperando a que temblara la tierra. Me quedé esperando el estruendo de la detonación que destrozaría los tímpanos de los apologistas del genocidio. Me quedé esperando a que la “humanidad muerta empapada en sal y boca abajo a orillas del Mediterráneo», como escribiste querido Refaat, volviera a la vida. Pero en lugar de eso oí una excavadora. Están construyendo mucho en la ciudad estos días, transformando partes de su capital financiarizado en casas vacías. La gente como tú y como yo sólo puede trabajar en sus obras, pero no puede poner un pie en los edificios una vez construidos. Ojalá pudiera describirte bien el clamor desgarrador de las cuchillas de acero excavando en la corteza rocosa del suelo. Un pulso monótono y sobreestimulante interrumpido por breves pausas en las que las cuchillas se enfrían con el agua de una manguera de aspersión. Pero no es exactamente el sonido del motor, ni el apuñalamiento de las cuchillas, lo que me gustaría describirte. Lo que me gustaría describir es cómo suena la plusvalía. Si la propiedad pudiera hablar lo haría en esta gramática: una larga serie de sacudidas mantenidas por un eficaz sistema de refrigeración que impide la insurrección y la resurrección. Es una omnipresencia que blinda la tierra y sacude los nervios, sin dejar espacio a ninguna señal que se acerque del pasado o del futuro. Otra forma de AR-CHI-TEC-TURE. La tierra, el conductor, la máquina, el agua, el subsuelo, la capa superficial del suelo y yo, que no puedo pensar en otra cosa en este momento, nos hemos quedado mudos, y sin embargo todos estamos alistados en una sentencia monstruosa. La propiedad habla en un idioma capaz de reemplazar con elocuencia el capital financiero por el capital colonial. Sustituir el sistema de refrigeración por policías antidisturbios. Sustituir al trabajador sentado en la cabina por un soldado profanando tumbas. O incluso, sustituir a ambos por muertos. Porque todos los planes pueden ser fácilmente secuestrados por la superestructura genocida de este lenguaje. Todos los planes. Sin embargo, me gustaría preguntarte una cosa: ¿qué aspecto podría tener un mundo más verdadero? Es decir, ¿cómo sonaría? ¿Qué verdad se transmite a través del “anhelo sin voz»? Mientras tanto, giraré al desordenado ritmo en mi oído, y empezaré de nuevo. Frotaré las consonantes contra mi carne, y sembraré las vocales, esperando la próxima vez oír la detonación. Te mantendré al tanto.

[Original: «Labour of listening» en minor literature[s] – 2024]

[Traducción de Paola Baselica]

 

Ensayos anteriores

Cerrar